El fin de los libros, por @drabasa

Como si fuera una representación preconcebida del concepto del eterno retorno, cada cierto tiempo reaparece una nueva amenaza apocalíptica que vaticina el fin de los libros y de la lectura. Sucedió hace muchos años cuando apareció el CD-ROM y luego cuando irrumpieron las máquinas de impresión bajo demanda. Amazon y el e-book de nuevo hicieron saltar las alarmas y cuando pasó el fervor del Kindle las tabletas se erigieron como el nuevo verdugo potencial. Pasan los años y a pesar de que la industria editorial sigue habitando un estrecho páramo propio de un país con problemas educativos y de distribución del ingreso trágicos, la industria editorial hispanoparlante parece haber dejado atrás el pánico y el pesimismo que trajeron consigo las amenazas de las últimas revoluciones tecnológicas.

La Feria del Libro de Guadalajara, la más importante del idioma, es un inmejorable espacio para medirle la presión y el pulso a dicha industria. Este año el termómetro ha marcado temperaturas que sugieren condiciones climatológicas que crean dos ecosistemas distintos: por una parte existe el stand de Penguin Random House que ahora incluye en su descomunal oferta los sellos literarios del grupo Santillana, y por el otro existe una apasionante y emocionante irrupción de sellos editoriales independientes provenientes de España, Argentina, Chile, Perú, Colombia y México principalmente, que refresca la vista de los lectores con propuestas irreverentes y originales que promueven un (urgente) cambio paradigmático para pensar y habitar el mundo de manera distinta.

La Feria llega a sus 28 años con una salud envidiable. El Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances cayó en las manos de uno de los autores más importantes que existen en el planeta, el italiano Claudio Magris. Se inauguró un nuevo espacio para charlas, conferencias y presentaciones de libro vinculadas con la divulgación científica. La novela gráfica y los humoristas y moneros, cuya participación será coronada por un duelo internacional de moneros entre los mexicanos Jis y Trino, el chileno Alberto Montt y el argentino Liniers, incluyó también la presencia de grandes iconos de la caricatura mexicana como Helguera, Ruis o Hernández y tiene cada vez un sitio más protagónico entre el gusto de los lectores mexicanos.

Editoriales prácticamente desconocidas para el público mexicano como el sello español Pepitas de calabaza, con su imponente catálogo de pensamiento político y social, la argentina Caja Negra, con esa fascinante línea editorial que oscila entre el arte, el cine, la música y la tecnología, La Bestia Equilátera, fértil territorio para la narrativa anglosajona, o sellos mexicanos jóvenes cuyos catálogos comienzan a adquirir dimensiones importantes como Sur + Ediciones o Alias, han sido descubiertos y disfrutados por ese no menor segmento de lectores ávido de descubrir siempre nuevas posibilidades de lectura. Todos estos factores y muchos otros omitidos por motivos de espacio, han hecho de la reciente edición de la FIL un evento memorable que renueva la convicción de los miles de personas que se reúnen en la feria con la necesidad compartida por la lectura y los buenos libros. Es posible que un día alguna de las amenazas que promueven la extinción del libro finalmente suceda. Mientras tanto, que siga la fiesta.

(Diego Rabasa / @drabasa)