El Metro: ¿sólo nos queda rezar?

El accidente ocurrido el lunes en el Metro no debería ser sorpresa para (casi) nadie. A la par del desastre de la Línea 12, que en sí mismo es todo un escándalo, ¿qué esperábamos de un servicio que tiene años de enfrentar falta de inversión, planeación y mantenimiento, como se ha documentado una y otra vez?

Incluso, yo imagino a Joel Ortega, director del Metro, como un funcionario que pasa sus días rezando para que no pase nada, que espera junto al teléfono, con la esperanza de que no suene, y salta cada vez que lo llaman, porque sabe que en cualquier momento este Sistema le cobraría años de olvido.

Este martes Ortega y Miguel Ángel Mancera imagino que “agradecieron” que les saliera “tan barato” el accidente. Y apenas controlaron la situación, pudieron regresar a la rutina de rezar.

No dudo, por supuesto, que ocurra algo similar con otros funcionarios, como podrían ser los responsables del drenaje, el del agua y de tantos otros servicios que apenas funcionan. Pero el caso del Metro, que es la columna vertebral del sistema de transporte público y la mejor opción de unos cinco millones de usuarios, ha estado ampliamente documentado.

Apenas hace un año, se hizo público que 3 de cada 10 trenes estaban fuera de circulación por fallas mecánicas. Se sabe que en la Línea 1, que lleva ya 45 años de uso, el número de averías ha aumentado 30%. Los propios técnicos han dicho que, en este caso y en la Línea 2, “los rieles están desgastados, los pilotos automáticos de los trenes son obsoletos” y faltan trenes.

Además, las metas de programas como el de recuperación de trenes están lejos de cumplirse y tampoco hay avance en los tiempos de recorrido, que se ofreció mejorar.

Pero, junto con estas fallas, hay un claro deterioro en la calidad del servicio y siguen incumplidas las promesas con las que se justificó el aumento de precio: ahí están los ambulantes como prueba y la indiferencia de la policía para enfrentarlos, que nos recuerda que hay una red de corrupción, en la que presumiblemente participan funcionarios, policías y líderes sindicales.

Precisamente cuando se aumentó la tarifa, la explicación fue que el Metro no tenía dinero para enfrentar sus problemas y menos aún para mejorar el servicio, por lo que requería recursos adicionales. Muy poco ha pasado y el aumento sólo sirvió para resolver una tercera parte del déficit.

El problema central, sin embargo, no es el dinero. El Metro ha vivido al menos una década de olvido –y alguna explicación nos deben Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard– y desprecio hacia el usuario. No hay política pública ni objetivos a cumplir, y los compromisos para mejorar el servicio están pendientes de resolverse, sin que nadie haya pagado por ello.

Hoy el responsable es Miguel Ángel Mancera.

Quizá la apuesta es que no sólo los funcionarios, sino todos recemos para que nada pase. Porque hoy el Metro no parece tener un futuro seguro, aunque esté literalmente la vida de los usuarios en juego.