El mirrey que todos llevamos dentro

La camisa desabotonada hasta casi llegar a la cintura, suelta, los pantalones precisos, el cacle perfecto, una cadena ostentosa en lo cool, el peinado en el desgreñe adecuado, la mirada tras esos lentes oscuros que son grandes pantallas de una intimidad inexistente. Respiren. Sigamos. Alguna botella de ese espumoso en la mano (no hay duda, sólo es UNA la marca que merece estar en la mano), y un paisaje inaccesible en lo bucólico. Se trata del mirrey, especie endémica del México ostentoso e impúdico (aunque con parentescos simbólicos nada lejanos en otros rincones del mundo). Pero bueno, no me extiendo más, que todos sabemos definir a un mirrey con sólo escuchar la palabra.

 Dice el periodista Ricardo Raphael, en su libro “Mirreynato, la otra desigualdad” (que presentamos ayer en la Feria del Libro del Palacio de Minería), que si hacemos un esfuerzo por alejarnos del mirrey específico que vemos por doquier en este H. País nuestro, deberíamos reconocer que más que un accidente de individualidades “torcidas”, lo que vivimos es una época y un régimen morales del cual todos formamos parte. Aunque nuestra camisa sí esté abotonada hasta arriba y la última botella de espumoso que hayamos bebido sea una sidra de dudosa procedencia. La percha no hace al mirrey, pero vaya que lo sintetiza.

Incomoda leer el libro de Ricardo Raphael. Incomoda mucho. Porque a pesar de la lejanía de las anécdotas (son muy pocos los que viajan, gastan y se comportan como los mirreyes de la alta sociedad de este México convulso), no podemos más que reconocer que en el proceso de negociar nuestra eterna desobediencia, hoy los mexicanos vivimos en un clima social en que ostentación, prepotencia, impunidad, corrupción, discriminación, desigualdad, desprecio por la cultura del esfuerzo, privilegio de las redes familiares y pésimo funcionamiento de ascensor social (Raphael dixit) son la marca de la casa, en todos los niveles y aún en quienes se saben fuera de. El éxito de “Nosotros los Nobles” no fue una fortuna azarosa de la taquilla cinematográfica. Entre risas y risas se asomó esa perversa fascinación con el “transa, avanza y cuéntalo”.  Sobre todo… cuéntalo.

Dicen que en este régimen moral, la escuela no es para adquirir conocimientos, sino conocidos. Que ayuden, claro. Es esa la movilidad social que funciona. Vaya lógica de un mirreynato enquistado.

¿Hay salida? Sí, aunque lleve generaciones. Comencemos por elevar el costo y la sanción sociales a la ostentación impúdica e impune. Salgamos del ombligo del mirrey para abrazar la colectividad.

¿Suena utópico? Lo es. Tampoco nos queda de otra. Porque vivir en el ombligo del narcisismo a la larga asfixia. Aunque nos veamos muy bonitos en el reflejo.