El país de las vallas

En mi país vayas a donde vayas hay vallas. Hay vallas cuando hay marchas y manifestaciones, hay vallas cuando hay desfiles, hay vallas cuando hacen obras, hay vallas cuando hay espectáculos públicos, hay vallas afuera de los edificios gubernamentales y hasta hay vallas afuera de la Feria del Libro de Guadalajara. Hay vallas metálicas y vallas humanas y vayan ustedes a saber qué más vallas haya. Las vallas se han apoderado del paisaje. No es un mero juego de palabras: vayas a donde vayas hay vallas, lo que probablemente evitará que vayas muy lejos.

 A algún genio del urbanismo contemporáneo (o del más recalcitrante fascismo) se le ocurrió que las vallas son la alternativa ideal para países cuyos habitantes necesitan algo de por medio para no matarse entre ellos. Ante el fracaso de la constitución, la valla es la opción.

La lógica de todo este vallismo urbano es digna de un caso clínico. Supongo que tenemos un gobierno paranoico o con la conciencia muy intranquila. Perdonen que no especifique qué gobierno, pero es que todos los gobiernos ponen vallas. Sea el gobierno federal o los gobiernos locales, sean de izquierda o de derecha o carezcan absolutamente de ideología, todos encuentran en las vallas un punto en común. Ese sí es un pacto por México que no se rompe ¡porque hay muchas vallas de por medio!

En México las vallas sustituyen a las leyes, sustituyen a los argumentos, a los negociadores y sustituyen al sentido común. Bloquean las venas y arterias de la ciudad. Son la arteriosclerosis del asfalto. Hacen de cada calle una frontera y de cada edificio un búnker. Convierten al ciudadano en una res a la que hay que ponerle cercas en un establo. Curiosamente, quienes ordenan ponerlas no suelen ser los que están a la hora de los madrazos de uno u otro lado de ellas.

Claro, este alegato no está considerando un hecho fundamental: los ciudadanos somos peligrosísimos. No vayas a ser un terrorista, un asesino solitario, un loco soñador nomás. No vayas a intentar provocar una catástrofe porque por muy astuto que seas o por muy perverso que sea tu plan, ahí estarán las vallas para detenerte (a menos que te las brinques). Además de que si provocas una catástrofe nacional tienes que pagarle regalías al gobierno federal que, como todos sabemos, tiene el monopolio de la catástrofe.

Me queda claro que las vallas se han democratizado y que en estos tiempos cualquiera puede ponerte una valla enfrente y hacerle un cerco a tu casa. El problema que no ven quienes las colocan a la menor provocación es que una valla no sólo le bloquea el paso al intruso, sino que también obstruye el paso de quienes se sienten invadidos en un espacio que tampoco les pertenece.

Me molesta profundamente que este país se llene de vallas. Las vallas son cicatrices móviles y a donde vayan rompen, dividen y duelen: son la evidencia itinerante de un país desigual. Las vallas no defienden instituciones, las vallas no salvan al petróleo, las vallas sólo recuerdan el autoritarismo y la represión, vengan de donde vengan, vayan a donde vayan; las vallas y los cercos no deberían ser motivos de orgullo. Que nadie se sienta un héroe de la patria por bloquear el paso en este país, no importa que seas Peña Nieto o Martí Batres, el hijo del Peje o el Hijo del Santo. Lo que a este país le urge es que las ideas fluyan, que las personas pasen, que las cosas sucedan y que no se atoren, que nos quitemos las vallas mentales que nos bloquean el paso a las acciones, y que los que promueven las vallas, con todo respeto, que se vayan a ponerle vallas a su madre.

(FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)