El polvo que levanta Alÿs; por @guillermosorno

Un arquitecto e ingeniero belga llega a México a mediados de los ochenta. Ha venido para escapar del servicio militar de su país y participar en un proyecto social de su gobierno: hay que ayudar a la capital recién devastada por el temblor. El joven se queda varado en la ciudad por un equívoco y cambia de nombre. La ciudad lo sitia. Como no es nadie en este territorio, la ciudad lo libera.

Francis de Smedt, ahora Alÿs, comienza a observar detenidamente las condiciones sociales, políticas y culturales del centro de la ciudad, la metáfora de una modernización nunca acabada, y registra la resistencia de los habitantes del centro a los esfuerzos de las élites por liberalizar el comercio, privatizar las empresas públicas y reducir el tamaño del Estado.

Alÿs desarrolla un particular método de estar en el espacio: caminar, pasear y dejarse impregnar por lo que lo rodea. Como otros artistas de su generación que trabajaban en los noventa en la ciudad, Alÿs se internacionaliza. En Perú, desarrolla un método de acción colectiva e intervención artística. La pieza se llama La Fe mueve montañas, y consistió en que decenas de personas movieron una duna unos centímetros.

Alÿs ha regresado a la Ciudad de México con una extraordinaria exposición en el Museo Tamayo llamada Relato de una negociación. Muestra el tipo de trabajo artístico como intervención colectiva; en La Habana, la construcción de un paso entre Cuba y Florida hecho de botes que se alinean desde ambas riveras; en Gibraltar, el esfuerzo de niños españoles y marroquíes que intentan cruzar el estrecho y se hunden en el intento; así como una estancia en Afganistán en medio de la guerra. Pero la imagen más poderosa de la exposición, por lo menos para un chilango, es Tornado.

En el sur de la ciudad, en Milpa Alta, durante la estación de secas, el viento sopla y levanta torbellinos que a la larga se han convertido en la representación favorita de Alÿs de la crisis de la sociedad mexicana, abrumada por la desigualdad y la violencia.

Ayer salí de la exposición y regresé al centro, donde ahora trabajo. Es tiempo de secas en la ciudad y el viento, en efecto, soplaba. Sobre la calle de Independencia no se levantaban torbellinos de polvo, pero sí estaban todos esos habitantes del centro que, de espaldas a los grandes edificios de avenida Juárez, se resisten a una modernización que de todos modos los ha dejado a un lado.

Sobre una banca en la plaza de Santos Degollado una vieja ciega, que nunca se levanta de su asiento, comía tranquila, como si estuviera en el ojo calmo de un tornado.

(GUILLERMO OSORNO)