En contra de los lugares comunes

Hay pocas cosas en el mundo que me molestan más que los lugares comunes: esas frases hechas para simular que decimos algo cuando en realidad estamos repitiendo, sin ningún proceso de pensamiento de por medio, una idea vacía. Los clichés estarían en lo más alto de la lista de mis grandes enemigos de no ser porque el conservadurismo está peleando ahí nariz con nariz con ellos. Y justamente detesto uno y el otro porque alimentan la continuidad del estado actual del mundo.El conservadurismo piensa que las cosas están bien así nomás. Como están. Y los lugares comunes combaten cualquier proceso mental de reflexión que permita la configuración mental de un entorno distinto.

 Ejemplo de un lugar común detestable: en México no se lee. Cierto, en términos demográficos la tasa de lectura de nuestro país es vergonzosa. Pero bien mirado el asunto es un poco más complejo que la simple idea de que los mexicanos somos genética u ontológicamente huevos o burros.

Vivimos en un país en el que más de la mitad de la población vive debajo de la línea de pobreza (que de por sí está ya trazada en niveles indignos). La educación lleva un siglo en el abandono. Los modelos culturales americanos entraron como tromba junto con el neoliberalismo salvaje arrasando con nuestra identidad y promoviendo el consumo y la imitación de decadentes y degradantes iconos culturales. Todos estos factores abonan a que en México la lectura esté reservada a una minoría pequeña en relación con el tamaño de nuestra población, pero grande si la comparamos con el hostil entorno en el que debe proliferar.

Recién terminó la Feria del Libro de Guadalajara y si algo nos enseñó es que la idea de que a los mexicanos no les gusta leer es una aseveración corta, miope y superficial. Casi un millón de personas retacaron los pasillos del recinto ferial durante nueve días. Ver a familias enteras con bolsas llenas de libros resultó conmovedor. La industria editorial mexicana demostró bríos que se observan poco en el resto de los ámbitos culturales y públicos del país.

Nuevas editoriales sacaron pecho para pelear espacios y lectores con grandes grupos trasnacionales. Exponentes en nuestro idioma dieron una muestra del nivel actual de las letras hispanoamericanas. Lo canónico (Poniatowska), lo consolidado (Villoro, Mendoza, Enrigue, Ortuño, Amara, Abenshushan) y lo pujante (Carlos Velázquez, Valeria Luiselli, Daniel Saldaña, Camacho, Cohelo) convivieron con escritores internacionales de primerísima fila como David Grossman, Yves Bonnefoy, Etgar Keret o Alessandro Baricco.

El comando FIL, un grupo muy mayoritariamente de mujeres y unos cuantos hombres, dio de nueva cuenta una cátedra de inteligencia, organización, temple, visión y actitud de vanguardia. Que le vengan a contar a otros esa idea de que en México no se lee: el libro es un instrumento básico para sobrellevar nuestra realidad. Está más vivo que nunca y piensa combatir a los lugares comunes con ideas que tracen una ruta para aspirar a un presente distinto.

(DIEGO RABASA / @drabasa)