‘En la uber’, por @goliveros

Seguramente uno de los jinetes del Apocalipsis viene en taxi.

Cuento un dato personal: yo no utilizo automóvil particular. Creo firmemente en usar el transporte público. No por las razones políticamente correctas y hasta plausibles que se usan de forma común. No, lo hago por dos motivos: los taxistas son los seres que contienen la mayor cantidad de información sobre el ánimo social y, sí, es la mejor forma de promover mi trabajo de boca en boca -o de oído en oído-.
Un taxista siempre agradecerá que le pongas atención, que compartas y contribuyas en sus puntos de vista, vamos: que opines sobre la estación de radio que escucha.

No obstante, el otorgamiento y la administración de permisos para taxis es, ya, un acto oscuro y de cooptación. Tan sólo en Nueva York, obtener un permiso de taxista cuesta un millón de dólares. En Los Ángeles, 750 mil.
Por ello, el dolor de cabeza allá y aquí se llama Uber.

Con la explosión de aplicaciones de tráfico y de organización de taxis con permiso que reemplazan sus radios por llamadas vía mensajes en la red, un fondo de inversión dirigido por Garret Camp creo Uber, servicio por el cual uno puede solicitar tres clases de servicio terrestre para traslado: el tradicional, con taxis permisionados; el de camionetas SUV y el de lujo, donde autos Lincoln o Jaguar acuden por ti.
Los operadores de taxi se enojaron, ya que Uber no tramita permisos de transporte público en su servicio ejecutivo y se maneja como contrato privado entre particulares.
Dicho de otra forma, el slogan de “tu conductor privado” se cumple.

Esto ha enfurecido no sólo a los taxistas neoyorquinos, sino a los de San Francisco -donde comenzó-, Londres, Chicago y hasta de Río, lugar en que los choferes de taxi se fueron a huelga en pleno inicio mundialista para exigir a las autoridades que prohíban el servicio.
México no es la excepción.

Guadalajara tiene, ya, una campaña por parte de la secretaria de movilidad del estado que alerta sobre que Uber no cuenta con su autorización. Algunos aducen que la campaña -iniciada por un periódico local- tiene que ver que el sistema compite con otra aplicación cuyo dueño es familiar de un directivo del periódico.

Hoy, Uber es más barato que un taxi normal en Nueva York, esto ha desatado una guerra donde los choferes sentencian que la estrategia comercial de su competencia busca eliminarlos. Puede ser.

Pero también los eliminaría el mal servicio, la prepotencia y hasta el halo de superioridad de ciertos taxistas que pensaban que las calles bramaban a su ritmo.

Ahora si, ¿Cuánto le debo?

(GONZALO OLIVEROS / @goliveros)