¿En quién confiamos los mexicanos?, por @mariocampos

El barco de la confianza en las instituciones mexicanas se está hundiendo. No lo digo yo, sino la encuesta del diario Reforma publicada el 3 de agosto, que muestra cómo se ha deteriorado la imagen de muchos de los actores de la vida pública.
Para documentar el tamaño de la bronca, el estudio muestra que, en menos de dos años y medio, el gobierno de Peña Nieto pasó de 46% de confianza a tan sólo 27%; los diputados y senadores, de por sí mal evaluados, ahora apenas llegan al 24%, y la Suprema Corte, que llegó a tener 42% de aval en abril de 2013, ahora tiene el mismo apoyo que los legisladores (y eso sí debe arder).

 En el penúltimo lugar de la medición se encuentra la policía, lo que tristemente no sorprende a nadie, salvo a los partidos políticos que todavía se encuentran cuatro puntos por debajo, con sólo un 16% de mucha o algo de confianza.

¿Por qué deberían importarnos a nosotros esos datos?

Primero, porque todos ellos viven de nuestros impuestos. Segundo, porque sus decisiones influyen directa e indirectamente en nuestras vidas. Seamos conscientes o no, tienen poder sobre nosotros.

La evidencia es clara: la relación entre los que gobiernan y los gobernados cada vez se deteriora más. Sólo que eso no es un tema que preocupe a los que despachan desde el poder. ¿Por qué? Porque saben que no necesitan de la confianza de los ciudadanos para seguir operando. Y tienen razón.

Con el sistema actual no tienen incentivos para actuar distinto, para dejar de repartirse el presupuesto, para seguir gozando de múltiples privilegios. Tan sólo ayer, como botón de muestra, se informó que el INE pedirá tres mil millones de pesos para repartir a los partidos políticos en 2016.

¿Qué pasará ahora?

La primera opción, y más probable, es que el deterioro continúe y las cosas se mantengan igual por varios años más, con un sistema político cada vez más quemado, pero funcional para sus integrantes; la segunda, que dentro del mismo juego democrático surjan actores que capitalicen este descontento y den forma a un movimiento transformador, y la tercera, que ante el deterioro y la indiferencia de los gobernantes, nazcan y prendan opciones que partan del desprestigio de las instituciones para tener posturas mucho más radicales, incluso violentas.

Ya veremos, ante la debacle que estamos viendo, cuál de los tres escenarios se cumple primero.

 (MARIO CAMPOS)