¡Es la violencia, estúpido!, por @alexxxalmazan

El sábado pasado, cuando iba camino hacia al auditorio Salvador Allende de la Universidad de Guadalajara, leí que peritos argentinos habían confirmado que una muestra ósea, recogida en el basurero de Cocula, Guerrero, correspondía a Alexander Mora Venancio, uno de los 43 normalistas desaparecidos por la policía de Iguala. No faltaron los periodistas que en su Twitter le aplaudieron a Murillo Karam. Es decir: para esos líderes de opinión el asunto de Ayotzinapa se había resuelto con el hecho de que a los estudiantes los quemaron y que, como lo sugirió el Señor Monex, habría que superar la indignación. ¡Es la violencia, estúpido!, quise escribirle a unos de esos periodistas, pero supe que era inútil; dicen que el pobre hombre está siempre más preocupado en qué botella de vino va a desvirgar.

 Llegué entonces al auditorio y mientras el presidente uruguayo José Mujica hablaba como hablan los abuelos de antaño (los que dan su palabra y tienen principios), y decía que la política no es una profesión sino una devoción, y agregaba que el político debería trabajar no por un sueldo ni por reconocimiento sino por agradecimiento a la vida, y contaba por qué vendió la casa presidencial que su gobierno tenía en Punta del Este, y decía que para vivir hay que creer en algo, y hablaba de las trampas de la democracia, y decía que no hay supermercado donde se compre la felicidad, y describía a la acumulación de la riqueza como una inflación de la vanidad, y recordaba que la moneda más valiosa es la vida, y decía que lo más importante es el amor y hay que dedicarle tiempo, y se preguntaba en qué se nos va la vida y por qué no la cuidamos, y pedía querer a nuestros campesinos, y criticaba cómo las repúblicas han sido secuestradas por una monarquía derrochadora, y decía que él no necesita más de lo que requiere el común para vivir, y nos hacía llorar a muchos, e invitaba a querer al prójimo y al pueblo, mientras Mujica hablaba de todo esto, inevitablemente pensé en la clase política que nos gobierna. No hay un solo político congruente en este país. No hay uno solo que busque la felicidad común. Ninguno trabaja por devoción. No hay patriotas. En nuestra república, los políticos no se deshacen de las casas, aquí compran más o las aceptan como pago por una licitación. En México, los políticos solo se quieren a sí mismos y los periodistas que están en la nómina del erario únicamente les engordan sus miserias humanas.

Una noche antes, el escritor Francisco Goldman me había dicho que a México le urgen nuevos líderes. Frank cree (y estoy de acuerdo con él) que lo mejor que nos podría pasar es que, entre esos liderazgos, aparezca la madre de un desaparecido. “Una madre que entienda el dolor es la única que puede reconciliar a un país tan dolido”, me dijo. “Esa madre está ahí, en las marchas; falta poco para que se asome y hay que seguirla”.

Por soñar con un país mejor, Mujica pasó 14 años preso. La mitad de ellos estuvo aislado y debió hablar con las hormigas para no enloquecer. Entiende, pues, de qué se trata la pinche vida. Nuestra clase política y los periodistas oficiosos, sin embargo, creen que la vida es una botella de vino, un cheque, un avión, una casa, un porcentaje de la licitación, un contrato publicitario, unos calcetines de colores, la corbata con la que saldrán a cuadro… Para ellos, es lo de menos que cada día desaparezcan ocho personas o que, en los últimos 23 meses, haya un promedio de 2.4 muertos por hora. Es una pena que ninguno de ellos aprecien la vida.

(Alejandro Almazán / @alexxxalmazan)