‘Espíritu colectivo’, por @drabasa

En el siglo V A.C. vivió Tucídides: uno de los mejores y más importantes historiadores griegos de los que se tenga registro.

En la Historia de la Guerra del Peloponeso, el pensador ateniense relata un episodio trágico para su pueblo: por ahí del año 430, una gran peste (a la distancia se especula que pudo haber sido o peste bubónica o tifus) azotó su ciudad dejando a buena parte de la población muerta o en condiciones muy diezmadas. Uno de los efectos más desgarradores de la peste, relata Tucídides, fue la manera en la que devastó los vínculos sociales entre los atenienses.

El menor contacto con un enfermo era infeccioso y esto trajo dos terribles consecuencias: mucha gente moría sola por el miedo de sus allegados a ser contagiados, o aquellos que acudían a asistir a sus seres queridos, eran “asesinados” por su sentido del deber. Esto provocó que la población entera perdiera la moral y el espíritu: sin el contacto con los otros la vida parecía no tener demasiado sentido.

En su libro El abrazo el escritor israelí David Grossman realiza una conmovedora fábula en la que una madre le explica a su hijo que el abrazo es un gesto que se inventó para combatir la inexorable soledad a la que los hombres y mujeres somos arrojados en nuestra inescapable condición existencial individual e irrepetible. Ambos ejemplos literarios dan fe de la profunda dimensión que tiene el espíritu colectivo en la vida de las personas: la capacidad de generar afectos que multipliquen la fuerza de nuestros anhelos a partir de la vinculación con los otros. El futbol mundial, como casi todas las actividades humanas occidentales sujetas de ser mercantilizadas, se ha visto contaminada por el espíritu neoliberal que promueve la falsa idea de que la búsqueda del bienestar (material) individual traerá como consecuencia el bienestar colectivo (a través de la suma de las dichas personales).

Hoy el juego se centra más en los ídolos que en el trabajo en equipo. A pesar del nefasto entorno en el que se ha producido y de sus abyectas implicaciones, el Mundial de futbol, en la dimensión a la que es capaz de expresarse, a significado el rescate del futbol como una actividad netamente gregaria y colectiva. La suma de grandes figuras que juegan para sí no hacen un equipo.

Escuadras plagadas de estrellas que nunca lograron encontrar un sino común han hecho sus maletas. En cambio equipos en los que ningún par de piernas ha brillado por encima de los clamores del grupo han mostrado una fortaleza inquebrantable. Es el caso, por cierto, de nuestra Selección que ha hecho que la leyenda negra de Carlos Vela haya quedado en el olvido con un equipo uniforme, compacto, un grupo que se interesa por el otro y en el que cada esfuerzo es indispensable. Ese lugar común entre los fanáticos futbolistas que dice que el juego es tan sutil y hermoso que es capaz de explicar aspectos centrales, trascendentes y complejos de la vida tiene en este entendimiento del espíritu colectivo una de sus lecciones más importantes. Una que sería indispensable rescatar cuando la vida pública del país regrese su atención a los temas que tan polarizada y fracturada tienen a nuestra población.

(DIEGO RABASA / @drabasa)