Estampa coreana, por @guillermosorno

Un tren te lleva del hipermoderno aeropuerto de Incheon a una estación en el centro y lo primero que llama la atención es el olor a comida de la calle, la presencia de vagabundos y la retacería de edificios de una primera urbanización de la ciudad, de la década de los sesenta, mezclada con los grandes edificios construidos a partir de 2000. Has llegado a Seúl.

Esta es la séptima concentración urbana más poblada del planeta. Caminas por una calle que tiene puestos callejeros de frutas y comida y una hilera de pequeños restaurantes. Las similitudes con la Ciudad de México son muchas: diferencias vivas entre pobres y ricos, enormes mercados populares. Hay calles que incluso parecen transportadas de un lugar a otro; esas tiendas de foco parecen sacadas de Victoria, esas tiendas de telas parecen traídas de La Merced; este rincón de casas antiguas parece una versión asiática de Coyoacán. Pero por eso, las diferencias también son evidentes.

Por ejemplo, el temor de un ataque nuclear expresado por la presencia de mascarillas en el metro y señales de refugios antinucleares. Uno quiere un chicle en el metro y la máquina hace un despliegue ingenieril, como de dibujos animados. La red es muy extensa, rápida y muy eficiente. Sales de una estación y te encuentras en medio de un edificio de Zaha Hadid, una estrella de la arquitectura a la que detestas particularmente. Seúl es una de las capitales mundiales del diseño.

Cerca de allí, está el parque de Cheonggyedon, que es como decir que el viaducto de la Ciudad de México recuperó el Río de la Piedad y se convirtió en uno de los espacios públicos más deseables de la ciudad.  Tres, cuatro personas se pasean por la ribera del río y alguien da de comer a los peces. Subes una foto a Facebook y la reacción de los chilangos es inmediata. Alguien comenta que no vivirá para ver el viaducto transformado.

Hasta Seúl se escuchan los ecos de la conversación pre electoral de México, pero desde el parque, el país se ve lejano, y peor, hundido en un baño de sangre.

Acá lo único que está bañado de sangre es un enorme pescado en el mercado de Noryangjin. Uno puede escoger su ejemplar y luego llevarlo al restaurante de arriba. El filete se convertirá en un sashimi a la coreana; la cabeza y los huesos en un jugoso caldo de pescado al que uno va a aderezar con tentáculos de pulpo que, de tan fresco, aún se mueven.

El edificio donde está el mercado es, sorprendentemente, como La Viga.

Gagnam-gu es un Polanco en esteroides y el que escribe un pobre chilango que va cargando, como un caracol, a la Ciudad de México por todos lados.

(GUILLERMO OSORNO)