“Ética del consumo”, por @drabasa

En el reciente número de la revista New Yorker hay un artículo llamado Cheap Words [Letras baratas] sobre Amazon, el gigante comercial de los Estados Unidos que recientemente desembarcó en nuestro país. El artículo comienza de la siguiente manera (la traducción es mía): “Amazon es un supermercado global como Walmart. También es un productor de hardware como Apple y un proveedor de servicios como Con Edison, y un distribuidor de video, como Netflix, y es editor de libros, como Random House, y es un estudio de producción, como Paramount, y una revista literaria como el Paris Review, y una tienda de abarrotes, como FreshDirect, y algún día también puede ser un servicio de mensajería, como U.P.S. Y su fundador y director general, Jeff Bezos, también es dueño de un gran periódico, el Washington Post”. El muy extenso y profundo artículo analiza el origen, el desarrollo y las nuevas directrices del negocio comandado por Jeff Bezos.

El título proviene de una de las estrategias de negocios centrales para Amazon: vender los libros (y en general sus productos) al menor precio posible. El gigante corporativo norteamericano ha justificado su estrategia siempre en el nombre de su bien más preciado: los clientes. En el nombre de los consumidores finales han apretado hasta la asfixia los márgenes de sus proveedores, han puesto en marcha prácticas cercanas a la extorsión que prácticamente obligan a sellos editoriales a pagar propaganda escondida en sus sitios (la mayoría de los que compramos en Amazon desconocemos que los motores de búsqueda están influenciados por la cantidad de “cuotas promocionales” que los sellos invierten en el sitio”) o han establecido mecanismos de competencia desleal vendiendo libros incluso por debajo del costo con tal de que el consumidor adquiera el “producto” en su sitio y no en una librería (en Estados Unidos hace veinte años existían alrededor de 4 mil librerías independientes, hoy quedan 2 mil).

La intención abierta de Amazon es eliminar a los intermediarios (su ideal sería establecer una relación directa entre el escritor y el consumidor en la que sólo existiera un clic de distancia). En el artículo una fuente cercana a la corporación define a la industria editorial como llena de “perdedores antediluvianos” que no entienden que el mundo ha cambiado. Que el consumidor de hoy en día sabe lo que quiere, lo quiere rápido y lo más barato posible. Y que los libreros y los editores son vividores estorbosos que enturbian la experiencia de consumo perfecta.

Durante más de cuatro años tuve un espacio radiofónico en el programa El fin del mundo de Reactor 105.7 FM en el que recomendaba un libro cada semana. En mi experiencia como editor, como promotor de libros y, sobre todo, como lector, la voz de los otros, los procesos de intermediación, los diálogos entre seres humanos que comparten afinidades y preocupaciones es central en la difícil búsqueda que todo buen libro debe hacer de su lector. Reducir la experiencia de la lectura a un algoritmo que nos permita establecer un comercio burdo y grosero alrededor de los libros, reducir éstos a meros objetos de consumo y a los lectores a simples compradores es aniquilar la esencia y el espíritu de la lectura misma. Prefiero imaginar un mundo sin libros, que uno en el que sea una computadora la que decida qué debo de leer.

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 (DIEGO RABASA)