‘Extranjero siempre’, por @guillermosorno

El otro día llegó a mis manos el nuevo libro de un viejo amigo. Se trata de Extranjero Siempre, la compilación de crónicas que el argentino Leonardo Tarifeño hizo para Editorial Almadía. El libro me trajo un montón de recuerdos, pues algunas de las crónicas allí publicadas aparecieron en la revista Gatopardo y el la extinta revista DF.

 Son tres las crónicas de este libro que se refieren a la ciudad de México. En septiembre de 2003 lanzamos el primer número de la revista DF por Travesías y Leo era uno de los escritores del establo, un lujo especial (la otra gran ostentación editorial: tener a David Lida como encargado de una sección que le llamamos “Viñetas”, retratos cortos pero bien reporteados de distintas personas de la ciudad) Para el número cinco de la revista hicimos un especial de Sexo. Leo se encargo de encontrar a una chica escort que le contara su historia: y la encontró. Era una mujer casada, que vivía con el remordimiento de esconder al marido su actividad profesional y sentía que debía hablar con alguien. El resultado es una crónica estúpidamente enternecedora y descarnada que fue salvada de la desmemoria gracias a esta edición de Almadía. La publicación de ese número sobre Sexo, por cierto, fue el motivo de la retirada masiva de los anunciantes presentes y futuros de la revista, un golpe del que nos tardamos un año en recuperarnos.

La segunda crónica publicada en DF y compilada en este libro es un viaje por el metro de la ciudad. No me acordaba de ella hasta que el otro día Leo la grabó en un programa de radio. Está construida fuera del lugar común; la incomodidad, los apretujones, los vendedores ambulantes, y se centra en la oficina de objetos encontrados. Desde allí narra los despojos de esta ciudad dentro de la ciudad.

La tercera crónica a la que quiero hacer referencia es un ejercicio de suplantación que hicieron varios cronistas simultáneamente. Recuerdo que Wilbert Torre se hizo pasar por un bolero, Georgina Hidalgo, una cronista que luego se fue a vivir a Rusia, se hizo pasar por repartidora de carne de una carnicería y Leo se metió a cadenero del bar de moda de entonces, el Rioma. Este ejercicio le permitió desentrañar los códigos de una de las profesiones más detestables de la ciudad, la del guardia en la puerta de la discoteca que se encarga de dejar pasar (tu sí, tu no) y crear la mezcla ganadora.

Las tres crónicas tienen en común un profundo amor por la ciudad. Durante mucho tiempo pensé que mostraban la mirada piadosa de un extranjero, como Leo, sobre un sitio donde el apocalipsis ya sucedió. Ahora que las he revisado, (Leo vive en Argentina y trabaja para La Nación) entiendo que no hay nada de extranjero en estos textos, sino un deseo de instalarse en esta ruina, no importa lo fea que sea.

(GUILLERMO OSORNO / @guillermosorno)