Formas de resistencia, por @drabasa

La Feria Internacional del Libro de Acapulco celebra este año su segunda edición. Al menos tres escritores –entre los que se encuentra el poeta Javier Sicilia– han declinado su participación a manera de protesta por la desaparición y el muy posible asesinato de normalistas en el estado de Guerrero. Unas semanas antes, algunos escritores y periodistas optaron por esta misma vía y cancelaron su participación en el Hay Festival de Jalapa (uno de los estados donde la violencia contra periodistas ha ocurrido con mayor flagrancia, impunidad y connivencia por parte de las autoridades). La gran mayoría de los eventos culturales de este país tiene algún nivel de involucramiento por parte del gobierno. La vinculación del presupuesto público con ferias del libro o festivales literarios es prácticamente inevitable.

Los hechos de Guerrero muestran con toda crudeza el control total que han asumido grupos criminales en inmensas porciones del territorio nacional. El horror guerrerense ha ensombrecido casos que eran ya trágicos y alarmantes como los de Tamaulipas, Nuevo León, Sinaloa, Durango, Coahuila, Michoacán, Veracruz, Estado de México, Morelos o Quintana Roo (por mencionar sólo algunos). Resulta natural que creadores e intelectuales no quieran participar en nada que tenga si quiera un leve tufo de participación gubernamental de alguna de estas entidades y nadie está como para enseñarle a un hombre como Javier Sicilia, que ha atravesado México y Estados Unidos a pie con sus caravanas de denuncia, cómo protestar contra el colapso institucional y social de México.

Sin embargo me parece que en esta ocasión la protesta está mal encausada. Este tipo de actos tienen una dimensión poderosa cuando ayudan a revelar o magnificar una realidad oprobiosa. En los casos de Guerrero y Veracruz la realidad es tan escandalosamente abyecta que no hay una sola persona con mediana conciencia del lugar en el que vive que no dimensione lo que está sucediendo.

Castigar a los ciudadanos por las tropelías e ineptitudes de sus gobernantes es ponerlos a caminar en una espada de doble filo. Las personas que suelen asistir a estos eventos tienen, casi por definición, un pensamiento crítico desarrollado y el carácter propagandístico de las incursiones gubernamentales en actos culturales no surte ningún efecto.

Nuestro devastado presente no es el producto de un fenómeno meteorológico: es más bien el colofón de un sistema (tanto local como internacional) que lleva fraguando su desbaratamiento durante muchísimos años. En la falta de una plataforma educativa sólida, en la promoción de un sistema económico criminalmente disparejo, en la utilización del dinero público como una herramienta clientelar, etcétera, etcétera. El cambio no vendrá ni hoy ni mañana ni mucho menos se impondrá por la vía de la fuerza. Si se presenta, aparecerá a partir de la regeneración del tejido social. Proceso que pasa por ofrecer a los habitantes de regiones pauperizadas condiciones de vida dignas. Para transformar éste y cualquier otro modelo de desarrollo social es indispensable promover el pensamiento crítico entre las personas. Y estos eventos, a diferencia de lo que ocurre en casi todas las demás esferas de la vida pública, ayudan a estimular el pensamiento, dimensión de la existencia donde descansa el arma de disidencia más poderosa con la que contamos los seres humanos.

(DIEGO RABASA)