El Papa, esa figura que se transporta

El domingo pasado fui a Ecatepec a presenciar la misa del Papa. Estaba suficientemente informado sobre el sentido político de esta visita, en la insatisfacción papal con la Iglesia mexicana, en los renovados esfuerzos del Vaticano por poner al día la Iglesia, y había leído la prensa que subrayaba el discurso crítico del representante de Dios en la tierra sobre la corrupción y la clase política mexicana.

Estaba también advertido sobre el destino de la visita, Ecatepec y sus altos índices de criminalidad, especialmente en lo que se refiere a la violencia contra las mujeres. Y finalmente, tenía frescas las cínicas imágenes del obispo anterior, Onésimo Cepeda, el antiguo banquero, compadre de la élite mexicana, impune hasta que lo salvó su retiro.

Llegué hasta allá pensando en que iba a presenciar un acontecimiento histórico, una especie de renovación moral de la Iglesia mexicana en uno de los lugares más olvidados del país.

Mi primera decepción: Ecatepec no es tan feo como lo pintan. O por lo menos esa parte no. De hecho, el centro comercial Las Américas, cercano a la estación del Mexibús donde había que bajarse para llegar al predio el Caracol, tiene un Liverpool, un Sears y un Sanborns, así como unos helados Celaya, de a 50 pesos el cono, y la misma pretensiosa urbanización de otras zonas de clase media de la ciudad. Si me empujan un poco, se parece a Interlomas.

La segunda decepción: la Iglesia católica es la Iglesia católica y los católicos mexicanos son conservadores, no importa si son ricos o pobres. Hace poco leía un texto de Monsiváis sobre la versión única de ser mexicano en los años cincuenta: nacionalista, católico, macho, priista, defensor de la familia. Los feligreses en el predio el Caracol eran una imagen de ese mundo.

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Y la liturgia de la iglesia católica es la misma de siempre. Montados en un templete espectacular, decenas de jerarcas católicos celebraron una fastuosa ceremonia acompañada por una orquesta de más de 100 integrantes, incluido el coro. La sensación de su poder y presencia sólo se multiplicaba por las torres de sonido y las enormes pantallas de televisión que engrandecían la imagen y sólo la hacían inalcanzable.

Al final de la misa, el Papa dio un discurso crítico. Como conozco de periodismo, era evidente que la nota iba a ser su mención a los traficantes de la muerte. Ese y otros discursos han recibido muchos ríos de tinta.

Pero visto desde el predio el Caracol, pienso que no tuvo ningún impacto en la gente.

“Este Papa tiene una expresión muy dulce”, me dijo ayer una señora que vio al Papa pasar sobre Reforma. El comentario podría haber estado dedicado a Ratzinger, Wojtyla o Bergoglio. Al final, a veces creo que para la mayoría de los mexicanos el Papa sólo una persona buena que se transporta del lado A al B en un automóvil descapotable, usa vestidos blancos, es viejito y habla pausado y te visita de vez en cuando y te bendice si lo tienes cerca.