Guapos, sí, pero originales

Después de viajar durante algunos años, he comprobado que la guapura constituye un asunto subjetivo y cultural que las sociedades nos imponen. A los cubanos, por ejemplo, les gustan las mujeres con cierto grado de celulitis. Para los brasileños, no hay nada más atractivo que un trasero y unos muslos voluminosos, algo del todo impensable en Francia, donde dichas partes del cuerpo deben ser estilizadas o casi inexistentes. Vivamos donde vivamos, solemos ser muy duros en nuestra forma de juzgar a los demás en términos de belleza, y más aún de evaluarnos a nosotros mismos. La publicidad y sus criterios nos han hecho mucho daño en ese sentido.

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Quizás porque yo misma nací con un ojo que me sacaba de los rangos de la belleza ordinaria, siempre me he revelado contra la tiranía de los cánones estéticos. Me gustan los hombres guapos, por supuesto que sí, pero aquellos en los que yo me fijo no se asemejan a los que anuncian corbatas o relojes en las revistas, y si lo hacen es lo que menos me motiva. No me interesan aquellos que se pasan la vida en el gimnasio para parecerse al resto de la manada, sino los que, por más esfuerzos que hicieran, jamás lo conseguirían. Los rasgos físicos que me impactan en alguien son aquellos que los distinguen de los demás. Me gusta, por ejemplo, que tengan alguna cicatriz o un lunar muy visible, una mancha de nacimiento, que desarrollen pequeñas protuberancias en los brazos o en otras partes del cuerpo, pero esos rasgos distintivos que tanto me atraen pueden salir también del terreno del cuerpo. También me gustan los hombres que duermen en posturas extravagantes, aquellos que acumulan cepillos de dientes junto al lavabo, los que demuestran hacia sus plantas un cuidado semejante al que otros tienen con las mascotas.

Conocer a alguien nuevo es enfrentarse a una serie de obsesiones, de temores y atracciones insólitas, en definitiva a formas originales de ejercer la belleza. Las fobias y las manías ofrecen, a quienes somos amantes de la interpretación, una mina inagotable de lectura. Por desgracia, sobre todo durante el cortejo, mucha gente tiende a esconderse, a revelar lo menos posible de sí misma. Es un error, porque la opacidad que se esmeran en desplegar les resta oportunidades de seducción. En pocas palabras, cuanto más conozco a alguien, más me gusta. Cuanto más se esconde, más banal y predecible me resulta.