Imagínense…

El día de hoy quiero hacer un pequeño ejercicio de juicio y prejuicio. De cómo a partir de los valores –y los valores que le asignamos a las personas– la realidad se ve diferente aun cuando puede ser la misma.

Les pido que acompañen este esfuerzo con algo de paciencia.

Imagínense que el Chapo se escapó del penal de alta seguridad. Imaginen que lleva seis meses a salto de mata –o ni tan a salto de mata– y lo vuelven a capturar las fuerzas federales (en un honorable acto de honestidad de dos ignorados policías).

Imaginen que en ese contexto se publica en una revista nacional (digamos que en Siempre!) un reportaje escrito por un político priista con ínfulas de periodista una entrevista que le hizo al Chapo en la sierra duranguense mientras estaba huyendo de las fuerzas federales.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE LUCIANO PASCOE: IBA A ESCRIBIR DEL “CHAPO”

¿Un político priista que se cree periodista entrevista a un connotado narcotraficante en fuga? Confirmaría nuestros supuestos de cuán cercanos están los políticos y los delincuentes. Obvio, pensaríamos.

Ni comentar que el político en su reportaje habla de que se tiró unos pedos, de que se despidió de su pene y de que trató durante varios meses volver a entrevistar al sujeto en cuestión. Imagínense a la Jornada o al Reforma revisando el texto del seudoperiodista. Burdo, vulgar, ridículo.

Ahora imaginen que el político en su acercamiento al criminal utilizó la relación estrecha que existía entre el Chapo y un reconocido empresario de la comunidad sinaloense. Clásico, diríamos, mientras confirmamos que todo empresario tiene vínculos con los criminales.

Y después, a través de una serie de filtraciones, leemos unos largos chats que describen una relación de –por lo menos– hondo afecto entre el narco y el empresario.

Imagínense que estas conversaciones nos detallan cómo se iban comunicando por múltiples medios, cambiaban de ciudad, de teléfonos, de interlocutores. Y más aún, cómo los regalos volaban entre uno y otro. Tequilas, celulares y más.

Imagínense qué opinaríamos de ver que el criminal más buscado estaba viéndose con políticos y con empresarios y hasta estaban planeando hacer un negocio juntos –ese sí lícito– para llevar la vida del antihéroe a la pantalla.

Imagínense que quien nos diera la noticia fuera aristeguinoticias.com y cómo se decantaría la narrativa periodística desde ahí.

Políticos, empresarios y narcos amarrados en relaciones dudosas a escondidas de la autoridad.

Gritaríamos a los cuatro vientos que, obviamente, ese político tiene nada de periodista, que ese empresario tiene todo de delincuente y que ese delincuente tiene todo de malvado.

Pero resulta que no fue un político, fue un actor de cine gringo que unos creen que sabe escribir. Que no fue un empresario sinaloense, sino una actriz y empresaria ‘víctima’ de la maldad del gobierno. Y el Chapo un simple empresario que mataba ‘sólo cuando era indispensable y con un balazo en la cabeza’.

Ahora imagínense qué le exigiríamos al gobierno que hiciera con ese político y con ese empresario. Ahora miren donde están Kate y Sean en el juicio público.

En este país aún le ponemos adjetivos a la justicia y apellidos a los prejuicios. Y tenemos desviada nuestra mira de la ética.