La infancia y la lectura

Durante mi primera gran crisis existencial, cuando apenas era un niño, encontré un refugio en la lectura. Los libros de Emilio Salgari me transportaban lejos de mi cuerpo y mis circunstancias, me llevaban a mares que colindaban con el fin del mundo, los navegaba lejos de mis preocupaciones e incomprensiones. Muchos años más tarde la lectura sigue siendo una guarida, una especie de templo para escapar del mundo. (Ahora que lo pienso, quizá mi propensión para entrar en crisis explica mi afición por la lectura.) Fue durante la infancia que aprendí a valorar estas místicas puertas dimensionales que son los libros. Con el paso del tiempo me he percatado de que leer es una necesidad que se gesta en los primeros años de vida.

Tenemos muchos más lectores que librerías en este país. Aseveración que se puede constatar durante las ferias del libro que se organizan a lo largo y ancho de México. Salvo raras ocasiones, suelen ser eventos que registran una participación vibrante y entusiasta. Tenemos por supuesto la Feria del Libro más grande del idioma (Guadalajara) pero hay otra que en importancia se equipara a este macro evento: la Feria del Libro Infantil y Juvenil. Los organizadores de esta hermosa fiesta han entendido que la literatura no sólo se lee: se vive, se presencia, se observa. Durante la feria no sólo hay presentaciones de libros –como hay en todas las ferias– hay obras de teatro, muestras de cine, talleres de lectura y, más importante aún, de escritura. Hay música. Hay un entorno en el que los niños entienden que los libros ofrecen un mundo aparte, un mundo diferente por dentro y por fuera. Y si bien en la “literatura para adultos” (si es que existe tal cosa) tenemos una industria editorial tímida, en la literatura infantil tenemos un ejército de sellos brillantes que compiten con editoriales del género en cualquier parte del mundo.

Los escritores antes que cualquier otra cosa son lectores profesionales. Lo decía Julien Gracq: yo no soy un escritor, soy un lector que escribe. Lo decía Jorge Luis Borges en su archi conocida cita: me precio más de los libros que he leído que de los libros que he escrito. En las biografías de todos los grandes novelistas la lectura aparece como un gran salvavidas que les permite transitar por un mundo que les es ajeno, extraño y en ocasiones hostil. No hay que ser escritor para poder presenciar este carácter transformador de la lectura, pero sí podemos observar en esta rara estirpe de lectores voraces cuán lejos puede llegar esta herramienta de autoexploración y de reconciliación con el mundo.

Digo todo lo anterior con el afán de incitar, impulsar, motivar a los padres de esta ciudad a que lleven a sus hijos a la Filij. La tutela parental tiene límites muy claros en cuanto a la sombra protectora que puede proyectar sobre los hijos. Aprender a lidiar con el mundo, a valerse por uno mismo, es quizá el rasgo central en la construcción del carácter. Estamos solos pero acompañados en este mundo –dice el escritor israelí David Grossman–. Solos porque la experiencia de vida es única, acompañados porque siempre están los libros, la lectura, y el contacto con los otros, para ayudarnos a lidiar con este extraño mundo.

(DIEGO RABASA / @drabasa)