La infelicidad de entender

Esta semana se cumplirán seis meses del homicidio de nuestro colega el joven reportero Rubén Espinosa y de la activista de los Derechos Humanos Nadia Vera. Ellos no solamente compartían esa amistad que se profundiza con la persecución y el aislamiento, algo más profundo les unía: un tejido imperceptible a los ojos de quienes se niegan a estar enterados, a comprender. En este mundo algunos se lanzan a las profundidades oscuras y complejas del comportamiento humano para preguntarse las razones y motivaciones de quienes hacen daño y de quienes lo remedian, frente a ellos y ellas están quienes deciden nadar en la superficie, temerosos de mirar la fondo admiran el resplandor del sol sobre las aguas, aceptando sin chistar las respuestas falsas a las preguntas importantes.

Se elige una carrera como el periodismo o el activismo de derechos humanos por un impulso vital, necesariamente iluso. Sin embargo, el compromiso que madura exige la comprensión y el reconocimiento de la responsabilidad; la tarea conlleva la clara aceptación de pertenecer a un mundo en que la felicidad simplona no tiene cabida. Comprender y enfrentar las atrocidades perpetradas por los poderosos, o por quienes eligen el crimen como forma de vida, implica la pérdida de la inocencia. Vivir con miedo no es cosa de cobardes, eso lo sabía muy bien Nadia Vera. Porque la cobardía en realidad es el exceso de prudencia que impide abrir las puertas que otros cierran, las ventanas que urge abrir para respirar transparencia. Esa prudencia maniatada que recomienda al oído de muchos no meterse en la vida de las víctimas para no salir herida, que incita a mirar al otro lado cuando una injusticia cae feroz sobre el prójimo.

LEER LA COLUMNA ANTERIOR DE LYDIA CACHO: MALOS Y MALDITOS: EL CHAPO Y LOS POLÍTICOS

Ser periodista o activista en estos tiempos no es tarea para débiles ni para corruptos. Aunque algunos de los que sirven al poder se infiltran en ambos oficios, necesariamente son evidenciados poco a poco por la sociedad que se decanta por aquellos que resultan congruentes, constantes, profesionales. Rubén y Nadia sabían que vivimos en una situación impensable hace una década; uno de los efectos más notables de internet consiste en cambiar la distancia entre el tiempo y el espacio. Activistas y periodistas por igual nos enfrentamos al caos cultural que resulta de la cruza entre la información y la reacción social frente a ésta. Rubén entendía que las élites y autoridades han perdido el control de la información, pero no solamente las elites empresariales y políticas, también las que conforman el vasto mundo de la delincuencia organizada que integra a algunos jefes policíacos, jueces, y procuradores. Poco antes de ser asesinada Nadia intentaba comprender a profundidad la diferencia entre la vigilancia legítima de los cuerpos de Inteligencia para la Seguridad Nacional y la creciente la intrusión ilegal operada por gobernadores preocupados por ocultar sus delitos.

Tanto Rubén como Nadia estaban en la Ciudad de México buscando refugio y abrigo de la violencia en Veracruz, ayudados a su vez por activistas paralelamente espiados y perseguidos. Son muchas las razones que han llevado al homicidio, persecución y desaparición de activistas y periodistas en México, tal vez la más notable es la irritación de los poderosos frente a la desobediencia civil. Rubén y Nadia sabían que su trabajo formaba parte de un movimiento desestabilizador de la ignominia, del Estado represor, del sistema político que viola sus propias reglas para subsistir. Su juventud no les impidió estar dispuestos al riesgo. Ellos sabían que, en la medida en que comprendían mejor los sucesos del país, perdían la inocencia y la felicidad, eso no significa que no hubieran aprendido a rescatar momentos de alegría por una tarea ética bien lograda.

Alguna vez le preguntaron al filósofo Bertrand Russel “Si le dieran a escoger entre ser feliz o saber más ¿qué elegiría?” él respondió “Es extraño, pero preferiría seguir aprendiendo”. No cabe duda que vivimos más inquietos en la medida en que nos hacemos más y mejores preguntas para informarnos para entender mejor. Miles de personas decidimos conscientemente sacrificar la felicidad simplona de la negación y la ignorancia, porque al final del día explorar y comprender el por qué y el cómo de la realidad es el primer paso para trabajar en un sentido diferente. No cambian el mundo quienes en aras de ser felices se niegan los problemas de su comunidad. Ellos, en gran medida, terminan convirtiéndose en parte del problema, porque en contextos de corrupción en cadena como el nuestro, quienes van con la marea se convierten en reproductores de la normalización de la injusticia y la corrupción. Rubén y Nadia iban contra la corriente, su vida valió la pena y buscar justicia para ellos es reivindicar ese hecho concreto.