La normalidad de Carlos Slim, por @diegoeosorno

En el desfile de trabajadores del 1 de mayo de 1989, cuando el régimen del PRI todavía se esmeraba en el performance anual de hacer que miles de obreros recorrieran las avenidas principales de las ciudades, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien presenciaba el evento en el Distrito Federal desde el balcón del Palacio Nacional, le pidió a Francisco Hernández, dirigente de los trabajadores de la empresa paraestatal Teléfonos de México (Telmex), que detuviera su marcha y subiera con él para acompañarlo a mirar el paso de los demás contingentes obreros. Un simple gesto como éste, para la nomenclatura priista, encerraba las claves del futuro: el gobierno se preparaba para privatizar la empresa telefónica estatal. Poco más de un año después, el 11 de diciembre de 1990, Carlos Slim Helú fue presentado como el nuevo accionista mayoritario de Telmex.

Si en aquel entonces hubieran existido redes sociales como twitter y facebook, se hubiera vuelto trending topic Carlos and Charlie’s, el chiste popular que invocaba el hecho nunca confirmado de que Carlos Slim era en realidad un prestanombres de Carlos Salinas de Gortari para la adquisición de la telefónica nacional. La primera denuncia periodística exhaustiva de las irregularidades fue Operación Telmex, de Rafael Rodríguez Castañeda, actual director de la revista Proceso. En su libro, el periodista anticipa la creación de un monopolio telefónico con ganancias sin límite. También cita un artículo de la revista estadounidense Business Week, publicado en julio de 1991, en el que se asegura que “rumores y alegatos de amiguismo rondan por todo el proceso de privatización. En respuesta, el gobierno hace lo imposible por crear una imagen de imparcialidad. Por ejemplo, en la junta de gabinete que decidió quiénes serían los nuevos dueños de Telmex, los tres postores fueron nombrados A, B y C. Pero todos sabían quién era quién. `No estamos vendiendo naranjas’, dijo un secretario de Estado”.

Las condiciones de monopolio ventajoso también tenían una razón política: el gobierno debía demostrar que vender paraestatales era rentable, por lo que buscó consolidar y maximizar a Telmex para convertirlo en un caso de éxito, en lugar de generar una mercado de competencia. Bajo esta idea, el éxito de Slim como empresario significaba el éxito de la política de privatización del régimen priista.

Durante el mandato del presidente Salinas de Gortari, se privatizaron casi mil empresas públicas y, de todas, la venta más rentable y polémica fue Telmex, la única telefónica en el mercado. Hasta entonces Slim sólo había figurado como uno más de los empresarios que acompañaban y apoyaban a Salinas de Gortari desde la campaña electoral en 1988. El empresario de ascendencia libanesa tenía menos de cincuenta años de edad y lo único que se sabía de él era que primero había trabajado como agente en la Bolsa de Valores y luego se había enriquecido comprando compañías en crisis, a las que volvía rentables en forma casi milagrosa, inspirado en el llamado teorema Modigliani-Miller, que alienta la operación y compra de empresas aun y cuando estas trabajen con deuda.

La adquisición de Telmex incluía cláusulas ventajosas que daban a Slim el control de la compañía y el monopolio de este servicio en la época de mayor contratación de líneas telefónicas fijas en el país. Comprar Telmex en 1991 lo catapultó como personaje de la vida pública en México, y tal vez lo empujó a esa normalidad del mal y la corrupción que Octavio Paz atribuye al PRI.

La transformación de la economía nacionalista de México a una de libre mercado, es parecida a la que vivió Rusia durante la Perestroika. En medio de cambios políticos y sociales de alto impacto, en ambos países aparecieron por primera vez los multimillonarios de forma sumamente protagónica. Varios de estos hombres acaudalados protagonizaron un capitalismo en el cual el tráfico de influencias ocupó el vacío dejado por la falta de leyes y gobiernos fuertes. Por eso los multimillonarios mexicanos del siglo XXI, ante el escrutinio internacional, están más cerca de los oligarcas rusos que de Buffet, Soros o Gates.  Es cierto que Gates también consolidó un monopolio con Microsoft: nueve de cada diez computadoras del mundo son de su compañía, pero la diferencia es que el magnate fue enjuiciado en Estados Unidos por estas prácticas y con el paso del tiempo se convirtió en el mayor filántropo que ha existido en el mundo, dando anualmente más dinero que todo lo que gasta, por ejemplo, la Organización Mundial de Salud.

Al momento de adquirir Telmex, Slim ni siquiera figuraba en la lista de Forbes que hoy encabeza, sin embargo, es común encontrar entre sus admiradores descripciones de que cuando recibió la empresa paraestatal ya era un empresario consolidado que además poseía una sencillez admirable en su trato.  Lo que reconocen hasta sus defensores es que Slim tenía una relación intensa con Salinas de Gortari desde que éste era secretario de Programación y Presupuesto y que el magnate nunca dudó en decir que simpatizaba con el PRI. Adquirió el prestigio ser alguien sagaz, austero, leal y sobre todo tan capaz que un año después de recibir Telmex sobrepasó la cumbre de los que ganan más de mil millones de dólares y entró así por primera vez al selecto club mundial de los Forbes. 

Pero ninguna de las decenas de personas que he entrevistado en estos años acerca de Slim lo ha descrito como un genio o alguien fuera de serie. Lo que más suele presumirse de él es su “normalidad”. En esta afirmación podría haber un doble significado. Para entenderla habría que releer a Octavio Paz: suele decirse que todos los mexicanos llevamos un pequeño priista dentro. La implementación de este chip priista es retratada por Paz en un ensayo mucho menos conocido que El laberinto de la soledad o Las trampas de la fe. Se llama: El ogro filantrópico. Paz enfoca su mirada hacia el Estado mexicano creado por el PRI. Dice que es un amo sin rostro, desalmado y que obra no como un demonio sino como una máquina. Habla de que en el siglo XX el mal conquista la universalidad y se presenta como la máscara del ser, lo que deriva en que a medida que crece el mal, se empequeñecen los malvados. Dejan de ser excepcionales, se convierten en espejos de la normalidad. Esa normalidad priista es la que yace en el fondo del mexicano. Y en Slim.

**********
SÍGUEME EN @diegoeosorno
www.diegoeosorno.com 

 (DIEGO ENRIQUE OSORNO)