La trifecta de la felicidad

Una pareja de turistas camina por el Zócalo mientras una perrita escuálida les sigue en ese tono amoroso de los perros callejeros que adoptan a sus nuevos dueños ante el azoro de humanos. Deben irse, compran una lata de comida, la sirven y esperan a que comience a comer para partir. La perrita con un ojo en su alimento y otro en sus potenciales padres, está indecisa. Un vendedor ambulante entiende la situación y se ofrece para acompañar al animal mientras los viajeros se retiran. Dos cuadras más lejos un estudiante se detiene a ayudar a los turistas para ir en la dirección correcta; el amable joven camina una cuadra y saluda a un policía que está a punto de desmayarse por deshidratación. El chico le ofrece la botella de agua que acaba de comprar. Todas esas personas se encadenan emocionalmente, su día, su ánimo y hasta su salud cambian sin que estén conscientes de ello.

La doctora Eva Ritvo ha estudiado el efecto del la generosidad en el cerebro humano, el altruismo ha sido localizado en las zonas más profundas del cerebro primitivo. La neurociencia ha identificado cuáles son los conductores químicos de la felicidad. La Dopamina, Serotonina y Oxitocina han sido identificadas como la trifecta de la felicidad, esa sensación que tenemos cuando nos unimos. Los cantos de justicia, las miradas solidarias, el efecto de los cuerpos que caminan unidos producen un cambio directo en nuestras emociones.

Cada vez que alguien me pregunta por qué tengo esperanza de que saldremos de esta espiral de impunidad rabia y desesperación, respondo lo mismo: la solidaridad produce felicidad y la felicidad produce esperanza. No, no es un discurso #NewAgebendiciones  es pura ciencia comprobada. La producción constante de Dopamina en el cerebro incrementa la motivación y el deseo; la Serotonina facilita el sueño, la digestión, y mejora la memoria y el apetito, además aumenta la capacidad de aprendizaje. La Oxitocina (la hormona del apapacho) es uno de los neuroquímicos  con los efectos más poderosos del cuerpo humano. En cuanto la producimos ésta circula en la sangre y baja la presión arterial, mejora la libido; comienza un proceso de solidaridad emocional que nos impulsa a ayudar a otras personas, acercarnos a ellas. Bajan nuestros miedos sociales y aumenta la empatía: ponerse en el lugar de la o el otro.

Mujeres y jóvenes privilegiadas caminan codo a codo en la marcha más grande por Ayotzinapa. Instintivamente hacen un cerco alrededor de las madres que traen carreolas. A su lado las mujeres recias de Veracruz y Chihuahua se miran, sonríen, se emocionan; por un instante son una sola persona: una ciudadana. Una emoción fugaz entibia sus ojos, producen más saliva, sonríen, una cascada de frescura baja por el pecho, el estómago percibe un vuelo de mariposas… “Sí podemos, mira a toda esta gente”, dicen unas. “¡Quién dice que no estamos unidos!”, gritan estudiantes emocionados. Pasan los padres y madres de los desaparecidos, las miradas están llenas de auténtica compasión, de solidaridad real. Miles de personas viven procesos neuroquímicos que lo cambian todo y vuelven a creer en lo imposible.

La empatía y solidaridad, por pequeñas que parezcan, sí tiene efectos sociales positivos. Cada acto y palabra que nos aleja de la ira y el resentimiento nos ayuda a pensar mejor, a decidir estratégicamente. El altruismo es sin duda un acto personal que se transforma en político. Por eso mientras estemos unidas #NoNosCallarán