La verdad histérica, por @antonioortugno

Escritor mexicano nacido en Guadalajara. Autor de las novelas El buscador de cabezas, Recursos humanos, Ánima y La fila india.

Para dar explicaciones insostenibles, los mexicanos somos unos artistas. Hace años, luego de alguna de nuestras gloriosas derrotas en los mundiales de futbol, me tocó escuchar en la radio a un locutor y un ortopedista que indagaban los motivos del habitual naufragio deportivo: “¿Por qué tiramos tan mal los penales?”, preguntó, con voz atiplada, el anfitrión. “Lo que pasa es que casi todos los mexicanos tenemos desviados los pies; sería largo explicar por qué, pero tiene que ver con que los aztecas andaban con los dedos al aire y no usaban calzado apropiado”, explicó el experto. “Por eso le pegamos chueco a la bola. Y las mamás no llevan a sus hijos a tiempo al especialista”. Aquello degeneró en un comercial de sus servicios profesionales que incluían, desde luego, la enderezada de pezuñas para los infantes.

 Otro despropósito memorable que recuerdo vino por boca de una mis profesoras de educación básica, quien nos aseguró que la mujer de Maximiliano de Habsburgo era ni más ni menos que María Antonieta Pons, la rumbera. Cuando la mitad del grupo falló miserablemente en el examen semestral (puedo decir con orgullo que no estuve entre ellos, aunque en matemáticas fui una calamidad), la maestra se vio acusada por sus pupilos y acabó citada a una junta plenaria con los padres del salón, que la querían linchar: “Yo no dije eso, pero si lo hice fue por culpa de un medicamento que estoy tomando para el insomnio, que me ataranta”. Nadie le repuso “mejor tome pasiflora”, sino que la compadecieron (“Ay, pobrecita”), la perdonaron y se acabó el asunto. Estoy seguro que alguno de mis ex compañeros sigue convencido de que el negocio de Carlota era mover el bote en un cabaret.

Todo esto viene a colación por las morrocotudas comparecencias ante medios del procurador Murillo Karam para hablar de la masacre de los normalistas de Ayotzinapa. El señor procurador ha conseguido entrar al libro de oro que reúne las disquisiciones más rocambolescas y torcidas para explicar un crimen en la historia reciente del país. Y hay que ver que no es sencillo colocarse en ese listado, que incluye al asesino solitario y a la vez múltiple de Colosio; al complot político-mágico para matar a Ruiz Massieu (que, hay que recordar, se indagó con videntes como la inmortal “Paca”); o “la confusión” de los sicarios que dejaron como coladera al Cardenal Posadas en el aeropuerto de Guadalajara porque pensaron que era ni más ni menos que el Chapo Guzmán. (¿A quién no le ha pasado?).

Aunque Murillo ha ido más lejos. Concluir que sus palabras eran “la verdad histórica”, así de plano, supera los terrenos del disparate para ingresar en los de la adivinación. ¿Una verdad histórica basada en un hueso, en los testimonios de tres pillos (uno de los cuales, asombrosamente, posó como si estuviera esposado pero sólo tenía un bote de agua en las manos) y en una animación con musiquita? Francamente, parece más probable que tiremos tan mal los penales por culpa de los aztecas.

 (Antonio Ortuño)