Las elegidas y el cine fallido

Cuando un tema adquiere fuerza en los medios de comunicación es común que cineastas pongan la mirada en él. Tales han sido los casos de grandes crímenes, biografías de capos mafiosos, el sufrimiento de las y los migrantes escapando de guerras y pobreza. Últimamente el tema de trata de personas o esclavitud humana ha llamado la atención de muchos, entre ellos el productor de cine Pablo Cruz que encabeza Canana, casa productora que a pesar de llevar el nombre y el dinero de Gael García Bernal y Diego Luna es en realidad un coto de poder de Cruz para hacer películas mediocres y exprés que lo lleven a pasear a los festivales.

Tal es el caso de Las elegidas, originalmente basado en una historia de Jorge Volpi (escrita en verso como para huir de las complejidades de novelar la inserción de las familias tlaxcaltecas en la delincuencia organizada a través de la esclavitud sexual de niñas y jóvenes). David Pablos comenzó a adaptar el guión, pero terminó haciendo su propia versión. La película pretende reflejar la cultura del padrotaje de Tenancingo, Tlaxcala (aunque se filma en Tijuana, ciudad de origen del director). Una niña de 14 años (Nancy Talamantes) es seducida por un chico que pertenece a una familia de esclavistas de mujeres (Oscar Torres) quien sigue las órdenes de su padre para manipularla e insertarla en una red de explotación sexual infantil y juvenil. El chico se enamora de su víctima y el padre le dice que si consigue a otra niña liberará a la primera, éste lo hace. La historia está llena de clichés, es tramposa, plagada de lugares comunes de quienes no se atreven a adentrarse en historias complejas. Es claro que Pablos tiene horror ante la trata y no escapa de su propio miedo, lo que le impide profundizar en la construcción de la masculinidad de sus personajes que son malos planos, machos comunes y huecos. Carolina Costa en la cámara elige un formato de documental para hacernos sentir que estamos observando la realidad; Alejandro de Icaza salva la poca habilidad del director con el sonido que suple las escenas gráficas de violación.

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El hilo narrativo se rompe una y otra vez, el guión falla en explicar la magnitud del negocio de la explotación sexual infantil en México; no hace el menor esfuerzo en explorar la psicología de los tratantes de personas. Al final es un relato inconcluso que deja irritada a la audiencia. La película fue elegida para la sección Una cierta mirada de Cannes, pero eso no significa gran cosa, muchas películas que explotan el cliché del sexismo y el poder patriarcal han llegado allá. Pablos dijo allá que pretendía hacer una denuncia sobre la trata de mujeres.

Es una lástima que, incitados por la indignación y decididos a hacer cine o literatura sobre esclavitud humana, una y otra vez los creadores rehúyan de los verdaderamente importante: la psicología profunda del machismo que expropia lo femenino, los mecanismos de la sexualidad violenta, la vulnerabilidad de niñas de todas las clases socioeconómicas, los mecanismos emocionales de los violadores de niñas, el alcance económico de esta industria, la educación machista para el crimen. Estos creadores acaban sin explorar su propia mirada frente al sexismo y tal vez por eso terminan flotando en la superficie, allí mismo dejan a sus audiencias y lectores, llenos de rabia y sin entender o conocer nada nuevo. El peligro del cine de denuncia fallido es que cae en la apología de aquello que pretende denunciar. Una lástima.