Jóvenes violadores

Una oleada de denuncias por violencia sexual contra niñas y adolescentes ha llamado la atención de los medios. El caso más notable es el de Dafne, en Veracruz. Cuatro jóvenes apodados “Los Porkys”, hijos de hombres vinculados a las elites locales, violaron a Dafne. Inicialmente la familia decidió no denunciar, seguros de que su hija pasaría un infierno de revictimización en el sistema judicial (no se equivocaron) pero los padres, por ignorancia, no buscaron a alguna organización civil especializada en atender a víctimas de violación para darles contención y llevar un proceso protegido.

Lo que el padre hizo, con las pocas herramientas que los hombres tienen para enfrentar la violación de sus hijas, fue intentar una mediación imposible. Lo guió la desesperación, creyó, basándose en los códigos masculinos tradicionales, que los padres de los jóvenes violadores serían capaces de reparar la honra de su hija abusada reconociendo el delito y pidiendo perdón vía video. El honor y la honra son elementos históricamente presentes en los casos de violación; los padres sienten que ellos han sido traicionados por otros hombres, que “se metieron” con la chica equivocada. Como pudimos comprobar al ver los videos en que los muchachos reconocen haber cometido el delito, el padre de la víctima también fue victimizado por los familiares de los abusadores. Sus hijos dijeron que “no sabían lo que hacían”, siguiendo un guión. No es de sorprender que el padre de Dafne no quedara satisfecho con este teatro de mediación y terminara por evidenciar lo que vivió como una traición a su propia honra. En un país sin justicia, la venganza y el escarmiento se convierten en la salida de los poderosos y en el drama de las víctimas.

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La violencia sexual no es un acto erótico sino un ejercicio de poder violento que utiliza el cuerpo como instrumento de imposición y sometimiento. La violación no se comete por casualidad, es un acto voluntario que requiere de planeación, estrategia y, como en este caso, el rapto de la víctima. Los violadores y las autoridades culpabilizan a la víctima, confunden el derecho de ellas a vestirse y actuar de cierta forma con una provocación que les exime de toda responsabilidad. La evidencia y los testigos demuestran que Dafne dice la verdad, pero la justicia le negó ese reconocimiento.

La violación no es un atentado contra la honra de un padre, es un acto delictivo de violencia y control grave que, además, conlleva la humillación de la víctima a través de imágenes publicadas en redes sociales. Las familias de los agresores les han protegido con todo su poder, y por su cercanía al Fiscal General Luis Angel Bravo decidieron hacer una guerra sucia contra la familia de Dafne. Este caso revela el machismo recalcitrante que justifica la violación, la indefensión de las víctimas, la colusión de padres y servidores públicos y la ausencia de instituciones especializadas en atención a víctimas de violencia sexual. Esa atención de expertas hubiese ayudado a Dafne y a sus padres a enfrentar el delito desde el primer día.

Según ONU Mujeres cada 18 segundos una mujer es violada. Su hermana, su hija, usted, su prima, la vecina, alumna o madre. Tres mujeres por minuto viven violencia sexual. 180 mujeres cada hora son violadas en alguna casa, calle, oficina; en una playa, en un auto. 4,320 hijas, hermanas, madres, niñas, abuelas son violadas diariamente. Treinta mil 240 mujeres cada semana sabrán lo que significa la violación. Ciento veinte mil 960 mujeres son violadas cada mes en su patria. Un millón 451,520 mujeres cada año comienzan la ruta de la supervivencia para aprender a vivir después de haber sido víctimas de violencia sexual. Si esos números no nos hacen entender que estamos frente a un sexismo criminal que exige justicia y educación contra el machismo abusivo, nada lo hará.