Los niños de Tajamar

Cuando pienso en el estado del planeta, me digo que el mayor acto de amor que uno podría tener hacia sus hijos sería no obligarlos a nacer. Sin embargo, ya que hemos cometido la insensatez de hacerlo, es nuestra responsabilidad defender el entorno en el que van a vivir. Por ellos, pero también por nosotros y por todas las especies que habitan aquí.

La madrugada del 16 de enero, enormes excavadoras comenzaron a destruir el manglar de Tajamar, en Cancún. Las fuerzas policiales antidisturbios tuvieron que contener a los ciudadanos que se debatían con todos sus medios ante la destrucción. Me conmueve pensar en esas personas defendiendo con sus propios cuerpos al manglar y a los animales que viven allí.

Por donde se mire, la construcción de un malecón sobre el cadáver del manglar de Tajamar es un crimen. Es ante todo un desastre ecológico ya que en él viven numerosas especies animales y vegetales, algunas en extinción como el cangrejo azul o los cocodrilos de Morelet —también conocidos como cocodrilos mexicanos porque son una rareza endémica del país—, a los que las empresas constructoras pretenden enterrar vivos debajo del hormigón. La Secretaría de Medio Ambiente arguye que el amparo de los niños no se sostiene porque no puede comprobarse la muerte de ningún animal. No le basta el aluvión de fotos que todos hemos visto en las redes sociales durante los últimos días donde se exhiben los cuerpos abatidos. El cinismo de los funcionarios es tal que podrían pedir una autopsia de todas esas iguanas para justificarse.

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Entre los grupos de manifestantes destacaba la presencia de una gran cantidad de niños. Llevaban pancartas con esta aterradora pero pertinente pregunta: “¿Qué quedará para nosotros?”. Fueron esos mismos niños quienes lograron suspender las obras y el ecocidio mediante un amparo presentado por un grupo de 113 menores para defender su derecho al medio ambiente. Al principio el juez aprobó el amparo, pero después les solicitó una fianza de 21 millones de pesos para indemnizar a los empresarios. ¿21 millones de pesos valen más que todo un ecosistema? ¿Cualquier empresario con dinero para comprar a las autoridades puede apropiarse del bien común, de la salud, de la tierra y del patrimonio ambiental de las nuevas generaciones? Si estos niños ganan su causa, hay muchas posibilidades de que crezcan sintiéndose responsables del planeta. Si no lo hacen, constituirán una nueva generación de zombis convencida de que contra la corrupción no hay quien pueda. ¿Vamos a permitirlo?

Al igual que la generación de esos niños, el manglar aún puede salvarse. Si impedimos que se rellene, tardará alrededor de 20 años en florecer de nuevo. Los niños que lo salvaron se habrán convertido en padres y les transmitirán a sus hijos un aprecio por la naturaleza mucho mayor del que tenían sus ancestros. Le explicarán a sus hijos que para poder vivir en este planeta hace falta defenderlo.