Los tibios de las galaxias

Aunque es probable que traicione al final lo que declararé en este texto y termine por ver en el cine la nueva  película de Star Wars, programada para estrenarse el próximo diciembre, en este momento tengo la negra intención de evitarlo. Todavía faltan dos meses y ya me crisparon los nervios los cacareos de los fanboys. Nomás de imaginarme a mis ex compañeros de escuela disfrazados de caballeros Jedi (con nenes ataviados como Yoda o Chewbacca en los brazos) me dan escalofríos.  Y sé que van a disfrazarse. Llevan toda la semana, desde que estrenaron el tráiler de The Force Awakens, poniendo mensajes en los que confiesan que chillaron  como bebés y se les quedó la carne de gallina. Ya vi el tráiler dichoso y no alcancé ese clímax. Me temo que soy parte del equipo de los tibios de las galaxias.

Me parece excesivo el grado de infantilismo al que mi generación, la de los nacidos en los setenta y ochenta, ha llegado. Cuando fuimos niños faltó dinero y/o tiempo para completar las enormes colecciones de juguetes y “memorabilia” de los que entonces llamábamos La Guerra de las Galaxias. Y quizá por eso ahora que, ya adultos, se nos vuelve a poner la mercancía al alcance de las manos, no somos capaces de resistirnos. Algunos de mis amigos nomás compran un pan si les juran que no tiene glúten y no muerden nada que no lleve etiqueta de orgánico pero son capaces de pagar por una tonelada de plástico venenoso fabricado por niños esclavos si viene en forma de Stromtroopers.

Star Wars, en su mejor encarnación (The Empire Strikes Back), es una sarta de aventuras entretenidas y hasta emocionantes. En la peor (como el inefable Episode I, que es una atrocidad), es nomás una mala historia. Leo por estos días, azorado, análisis que intenta bordar en los significados de la saga y sus profundidades. Y lo siento, pero deducir algo como “una filosofía” en Star Wars es estar mensito: las pocas ideas enunciadas en las cintas son una mezcla de catecismo con autosuperación y de esa misma pasta salió Paulo Coelho. Me parece que ese intento de exégesis es un simple vicio posmo. No creo que ni siquiera George Lucas le otorgue importancia al “ideario Jedi” o al de sus némesis, los malvados Sith. Lucas sabía (o eso prefiero pensar) que uno y otro eran simples pretextos para crear la atmósfera de un gran juego. En términos de ideas, Star Wars no es más profundo que Bob Esponja (y quizá lo sea mucho menos). Es en el espectáculo visual y en la fascinación que provocan las peripecias de sus personajes en donde se encuentran sus méritos.  Que no niego. Pero, señores, tampoco es la nueva Iliada. Es comercio a gran escala. Apaguen un momento el sable láser y enfrenten la realidad.