¿Y después de Periscope, qué?

Xóchitl Gálvez, lo dije desde la campaña, pintaba para ser un personaje disruptivo en la vida pública de la Ciudad de México. Y así ha sido.

La jefa delegacional en Miguel Hidalgo se ha convertido en un personaje que da nota, que genera conversación. El problema es que Gálvez ha sido víctima de su propio éxito. En particular por el debate que se ha generado en torno a los operativos del llamado city manager – City Avenger, decía un tuitero ayer- y su plan para balconear a ciudadanos que violan alguna ley, y que con sus transmisiones genera una sanción social.

El tema, ya lo sabemos, ha dado mucho de qué hablar. Argumentos -buenos y malos- se han presentado en un sentido y en otro y muchos hemos formado parte de esa discusión. Lo malo es que el debate se ha quedado sólo en una dimensión y no se ha llegado al fondo. Y como prueba de lo que digo les pido que hagan conmigo un ejercicio:

Si mañana por alguna razón fuera imposible la transmisión de los operativos por Periscope, ¿cambiaría en algo la vida de la delegación? Sabemos la respuesta: no.  Ahora pensemos lo mismo en sentido contrario, si mañana Arne o cualquier otro funcionario pudiera transmitir las irregularidades desde su cuenta sin recibir crítica alguna, ¿resolvería de fondo los problemas del lugar? Claro que no.

Porque en el fondo el tema central, el que debería consumir más de nuestro tiempo, es cómo mejorar la calidad de la vida pública en la Ciudad de México y en esa delegación en particular. Y eso pasa por revisar cómo nos relacionamos entre los ciudadanos y con la autoridad.

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El reto más allá de la reflexión sobre una herramienta en particular como es Periscope es cómo desmontar la cultura de la apropiación de lo público, ya sea para reservar una banqueta para un puesto o para apartar un espacio en la calle para un auto en particular.

El desafío es cómo echar atrás la lógica de pensar en mi propio beneficio antes que en los demás, ya sea para tirar la basura en la calle o para estacionarme en doble o triple fila mientras espero la salida de la escuela de mi hijo.

Y eso implica cambiar la lógica de los incentivos personales, modificar la dinámica social y ajustar el marco institucional. Dicho de otro modo, que la gente quiera cambiar,  que socialmente exista un consenso sobre lo aceptable y lo condenable y que existan las condiciones para cumplir con la ley. Cualquier intento que no atienda alguna de estas tres variables está condenado al fracaso.

Porque ningún cambio de fondo puede depender de la capacidad o incapacidad de un funcionario en particular. Porque no habrá celulares suficientes para “evidenciar”, ni tuiteros que alcancen para enjuiciar ni castigar, si no somos capaces de entender estos problemas con un enfoque integral.

A Xóchitl Gálvez y Arne aus den Ruthen debemos reconocer el mérito de haber puesto sobre la mesa conductas sociales que habíamos aceptado como normales. Ahora lo que queremos y debemos discutir son soluciones de fondo para esos mismos problemas. Pasar de las ocurrencias a las soluciones institucionales.

Y si lo hacen, entonces sí, su  aportación a la vida pública de la ciudad será verdaderamente trascendental.