Me chocaron en domingo

Se pasó el alto. De lleno. Y me embistió por el lado izquierdo. Algo así como escena de Amores Perros, pero sin un buen soundtrack que la acompañara.

Los choques siempre son escandalosos. Y ruidosos. Más ahora que los coches están hechos de plástico. Para amortiguar el golpe, dicen, pero el resultado es aparatoso. Como de apocalipsis desarmable. La placa de mi carro fue a dar una cuadra más adelante y regresó a mis manos convertida en un bollito de metal. Por decirlo amable. Pero regresó.

Era domingo, el domingo pasado para ser exactos. Un día espléndido en esta chilanga ciudad nuestra. Justo había comentado que las jacarandas en incipiente flor anunciaban una Primavera que se prevé ganosa. ¿Será que me pasé de cursi? Porque apenas había echado mi edulcorada apreciación, y ¡santo trancazo, Batman!

El chico que se pasó el alto y se estrelló en mi carro estaba más nervioso que yo, y eso parecía imposible. Joven, musitaba que iba tarde a recoger a su novia para ir a ver a Luis Miguel, que ella seguro le pegaría de gritos, que perdón perdón perdón. Casi me daban ganas de abrazarlo. Reconoció que se pasó el alto, tal vez porque se vio rodeado de vecinos y transeúntes que me decían “somos testigos, no se preocupe, vimos que él no respetó el rojo”. Benditos vecinos y gente de bien, nunca me dejaron sola. Una chica en bicicleta recuperó la placa hecha bollito. Se lo sigo agradeciendo.

Luego vinieron los estira y afloje, una vez que aparecieron los del seguro. Que si no se pasó el alto sino el ámbar, que en una de ésas la que se pasó el alto fue usted, que vamos a reconstruir el hecho, que si acudimos a la autoridad civil seguro todos pierden, que a ver si ya se arreglan. Haciendo cansado lo agotador y exprimiendo la última gota de paciencia. Así se las juegan. Nadie se atreve a un honesto: pasó, soy culpable, pagamos, a lo que sigue. Nuestra mexicanísima machaconería para darle la vuelta a la ley. Y para no ser honestos. Y para joder al prójimo. Al final dan ganas de gritar ¡ya, carajo!, aquí la dejamos.

Llegué a casa en la noche, ese domingo. Todavía temblorosa, encabronada y triste.  Logré que el responsable asumiera la culpa, pero fueron horas de negociar a lo estúpido. Todo por no reconocer. Y porque los que deciden qué se paga y qué no, asumen esa bochornosa actitud perdonavidas que se lleva todo a la fregada.

Pero bueno, así es la vida en la jungla urbana. Abrazo desde acá a los vecinos y al barrio buena onda. Ellos me hicieron más llevadera la tarde. Y sí, con todo y todo sigo celebrando las primaverales jacarandas de esta chilanga ciudad nuestra.