Mi mesa de Moctezuma

Opinión

Superiores a los de oriente y a Constantinopla, narraron los conquistadores a monarcas españoles. Haber podido recorrer esos mercados debió convertirse desde ya en mi mayor sueño. Un sueño de comida, de gula como muchos de los míos. Un sueño imposible.

Imagino los colores, los aromas y la disposición de los mercados prehispánicos. Una calle con todos los linajes de aves: los guajolotes, las codornices, las perdices —como las de mi receta en salsa de hongos y chile meco— algo de palomas, patos o papagayos.

Puestos de ajolotes, camarones o caracoles y hasta las conchas de los moluscos que, de nuevo, hablando de deseos, siempre he querido tener una concha gigante —de esas prohibidas— para en ella servir un ceviche al lado de mi enorme mortero de mármol genovés.

Dicen que Moctezuma era guapo, alto, serio, muy espiritual y sabemos también que de elegante diente y estética. No solo se servían en sus mesas cientos de platillos distintos, como narran las cartas de relación, sino se decoraban con tunas, mameyes y chirimoyas. Me emociona. 

Las vajillas de esas mesas en patios de Tenochtitlan eran de barro de Cholula, colorado y negro, relata Hernán Cortés y, de mi cosecha agrego, había platos y platones de basalto, como había metates, molcajetes y comales. Pienso en los vasos de obsidiana que hubiese mandado a hacer yo siendo la cortesana en turno, y con el mismo poder hubiese cumplido un tercer sueño: poseer los bajoplatos más sofisticados de arte plumario.

Los cronistas narran la experiencia de las mesas del gran tlatoani y los imagino patidifusos. ¿Lujo?, ¿opulencia? Estoy segura de que sí, la verdaderamente elegante, la que honra los insectos, las variedades de tamales y las cazuelas de moles. Un taco de escamoles ha sido un lujo en el planeta hace más de 500 años. Qué alegría. 

Adoro aquellos relatos del pescado fresco traído de Veracruz, a pie, a través de un sistema de relevos. Los cálculos son maravillosamente crueles: más de 250 kilómetros de distancia lo que supone cientos de hombres para trasladar el huachinango fresco en menos de un día. 

Conseguidores de caprichos o facilitadores de vanidades. El tlatoani sabía lo suyo.