Mitología de la realidad

En la presentación de su más reciente novela, Las tierras arrasadas, el novelista Emiliano Monge dijo: “Es más probable que si alguien quiere saber cómo fueron los últimos años de la Rusia zarista lea a Gogol y no a un historiador”. La aseveración de Monge va en línea con aquella conocida sentencia de Aristóteles que asegura que la literatura es más honesta que la Historia. Las tierras arrasadas aborda lo que el autor ha denominado “el holocausto del siglo XXI”, el horror de los migrantes en el mundo, aunque su novela se concentra específicamente en el infierno que representa el deseo de atravesar nuestro país para personas cuya realidad doméstica es de por sí terrible. Es posible que con el tiempo la novela de Monge sea invocada de manera más amplia que otros libros de la estirpe como, por ejemplo, Los migrantes que no importan de Óscar Martínez que realiza, a través de una crónica que recoge la experiencia del autor a bordo de la Bestia, un retrato puntual de la realidad de los migrantes por el sureste mexicano.

Afortunadamente para aquellos a los que les gustan los libros no tendrán que escoger entre un libro u otro y pueden, siempre, leer ambos; pero resulta interesante la forma en la que la mente humana es capaz de comprender una realidad de manera más contundente a partir de un relato que de un recuento. La mitología, arte narrativo milenario que antecede a la literatura, existe como consecuencia precisamente de ese rasgo humano.

Aunque es claro que el necio afán de dividir la literatura entre ficción y no ficción, tan propio de los gringos, obedece más a una necesidad de tipo comercial que a una taxonomía esencial, no deja de ser atractivo -apelativo que rara vez le puede ser conferido a la Academia Sueca que otorga el Premio Nobel de Literatura- que el galardón de este año le haya sido conferido a una periodista: la bielorrusa Svetlana Alexievich.

El escritor español Enrique Vila-Matas, recientemente galardonado con el Premio FIL de Literatura 2015, ha escrito que la ficción y la no ficción son dos espacios dentro de una misma habitación divididos por un biombo. El recuento puntual de un suceso determinado (el periodismo) es esencial para la política entendida desde su más amplio espectro, pero a la distancia, la representación de una atmósfera, de un tiempo, del espíritu de una época, en muchas ocasiones, como veíamos antes, es más efectivo para invocar una realidad histórica. Cuando existen escritores, o en este caso escritoras, capaces de establecer una zona intersticial entre ambos universos, el resultado es un cisma en el que el lector ve ante sus ojos una ventana que muestra una realidad específica, tocada únicamente por la mirada y el lenguaje del autor o la autora, pero con una forma que le permite elevar la lectura al recinto propio de las grandes narraciones. El periodismo, por supuesto, es literatura y hoy más que nunca -especialmente en países como el nuestro, en donde la censura y el desprecio por dicho oficio se ejercen a punta de arma automática- es necesario reivindicar esta profesión y elevarla, cuando así lo amerite, a las más altas esferas del pensamiento y de las artes.