Museo de Cera, por Guadalupe Nettel

Si usted visita el Museo de Cera de la Ciudad de México no espere encontrar el mismo que conoció en su infancia. Tanto las salas como las figuras tienen ahora ese aire nuevo, pero de mala calidad que caracteriza a muchos objetos importados de China o de Corea. Junto a la puerta quien recibe es Enrique Peña Nieto, acompañado de otros personajes de la farándula como Chabelo, Lady Gaga o Brozo. La Gaviota en cambio ha faltado a la cita. La parte siguiente está dedicada a las artes plásticas: Picasso, Dalí y Toulouse Lautrec posan junto a Frida y Orozco. Luego la plaza de toros. En la sala de los hombres ilustres se mezclan –vaya a saber por qué- escritores como García Márquez o Monsiváis con empresarios del calibre de Carlos Slim y Steve Jobs, pero también Gandhi y el Dalai Lama, sin que nada aclare qué vínculo puede existir entre ellos.

Justo después sobreviene el momento más aterrador del recorrido, cuando aparecen, uno junto a otro, todos los presidentes que ha tenido México. Imaginar que uno comparte ese espacio tan reducido con Díaz Ordaz, Echeverría, Salinas de Gortari o Calderón al mismo tiempo, provoca sudor frío. Si en ese momento de terror usted siente deseos de rezar por su país no se preocupe, el museo ha pensado en ello. Así, en la sala contigua, encontrará una capilla. Ahí verá a Juan Pablo II junto a Francisco I, y si se fija mucho descubrirá también a Sor Juana Inés de la Cruz en el papel de la monja discreta y servicial al que sus detractores quisieron reducirla durante su vida. Si practica otro credo, mejor vaya preparado. Ahí las otras religiones no existen. Después viene la sala de los deportistas y, como es de esperar, el club América está en el centro de ese universo. Al salir de ahí, el caos se vuelve absoluto. Se encontrará a Cantiflas junto a Jim Morrison, a Zapata o a la India María. Todo está revuelto y, si alguna regla existe, es la del mundo del espectáculo que absorbe todas las clases sociales, las luchas y las tendencias políticas.

El sótano quizás constituya la mayor decepción. Lejos de los personajes literarios que había antaño, como Dr. Jeckyll y Mr Hyde, que incitaban al visitante a buscar las novelas que les dieron origen, descubrirá una casa de los sustos común y corriente, aunque demasiado aterradora para llevar a sus niños. Me pregunto, ya que el museo se esmera en demostrar el estado de putrefacción al que ha llegado México, por qué no representan también la guerra contra el narco, los sótanos de Topacio, la tortura, el narco y los desaparecidos. Me temo que es una cuestión de tiempo. Dentro de poco incluso el horror verdadero será absorbido por la industria del espectáculo.

El recorrido no es placentero pero ilustra muy bien lo que sucedió en México en las últimas décadas. Las reglas del museo, como tantas otras, las dicta Televisa. Si tiene alguna queja, ya sabe a quién dirigirse.

(GUADALUPE NETTEL)