Otra de Vicente Leñero, por @Monocordio

La muerte de Vicente Leñero nos ha cimbrado a quienes tenemos el vicio de narrar en cualquiera de los frentes en los que la narrativa puede hacerse presente. Era un gran cronista y crítico de la realidad, pero al mismo tiempo era un gran narrador de ficción, una ficción de un realismo tal que hacía que se tocaran los extremos de su obra, siempre aleccionadora para quien se acerca a ella.

 Fue también un personaje vital e influyente en la historia reciente de México, no solo del periodismo, ya que el periodismo que hizo junto a Julio Scherer y otros hombres de diferentes estaturas, influyó en la manera en que se hizo o se deshizo la política en este país.

Una sola vez vi al maestro Leñero, pero es una ocasión digna de ser contada. Corría el año 2008. Era diciembre. Yo andaba papaloteando en las inmediaciones de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, cuando recibí la llamada de mi amigo y editor Andrés Ramírez invitándome a una cena con su papá, el escritor José Agustín.

Cinco minutos después estaba sentado en una mesa del hotel del papá de Paris Hilton saludando al autor de “Se está haciendo tarde” y “Dos horas de sol”, con quien charlamos un poco sobre cosas de la Feria y demás frivolidades. No pasó mucho tiempo cuando apareció en la entrada del restorán el maestro Vicente Leñero con su esposa Estela. La emoción de ambos al verse fue conmovedora. Tenían muchos años sin encontrarse en la vida. Muchos muchos. Y el gran abrazo que se dieron nos lo hizo saber a todos.

José Agustín invitó a Leñero y a Estela a sentarse en la mesa y cenar ahí para poder platicar. Entonces nos convertimos en testigos privilegiados de un reencuentro entrañable y cargado de historias. José Agustín le recordó cuando él y Gustavo Sainz trabajaban con Leñero, quien era jefe de redacción de la revista Claudia, quien se convirtió en un maestro para ellos.

Leñero recordó con claridad el entusiasmo de esos jóvenes escritores en aquellos tiempos, así como el éxito de “La Tumba” y “De Perfil”, primeras novelas de Agustín, que incluso desataron distanciamientos entre algunos de sus contemporáneos. Maravilloso fue mirarlos convertidos en dos leyendas vivientes de la narrativa nacional que no habían perdido la noción del origen.

A pocos meses de aquella noche inolvidable que siempre le agradeceré a Andrés Ramírez, José Agustín sufrió una caída terrible que lo dejó un tiempo fuera de circulación. Tres años después, en el 2011, Leñero y Agustín recibieron juntos la medalla Bellas Artes como reconocimiento a sus inmensos talentos y a una gran amistad literaria.

La muerte de Leñero es también la muerte de una idea. La idea de que el periodismo se puede realizar con una ética personal que trascienda la ética sexenal del gobernante en turno, idea que los tecnócratas del periodismo de hoy no entienden, ni van a entender. Eso lo convierte en un maestro más necesario que nunca para las nuevas generaciones de periodistas y escritores que empiezan a sentir un compromiso con la realidad, aunque esta sea la realidad de la ficción.

 (Fernando Rivera Calderón)