“Pablo Escobar ha muerto”, por @diegoeosorno

En estos desconcertantes tiempos del crimen organizado, Pablo Escobar, el empresario de la cocaína más famoso que ha existido, revivió a través de una prodigiosa interpretación del actor Andrés Parra en una serie escrita por Juan Camilo Ferrand y producida por Caracol. En Latinoamérica, El Patrón del Mal, junto con Capadocia, son los principales referentes de un incipiente movimiento que busca llevar a los televisores latinoamericanos el relato entretenido e informado de nuestra realidad crítica. Algo que ya sucede en Estados Unidos con sagas como Los Soprano, House of Cards, Mad Men, The Wire, entre otras teleseries.

Son desconcertantes los tiempos actuales del crimen organizado porque en México la guerra del narco derivó en la muerte de casi 100 mil personas y la desaparición de otras miles que quizá están enterradas en fosas clandestinas o sus cuerpos fueron disueltos en ácido. La pregunta sigue abierta: ¿Por qué pasó esto si una de las tradicionales leyes mafiosas que todos conocíamos era: “Mucho negocio y poca sangre”? Para encontrar las respuestas hay que tener claro que el mundo sufrió en los noventa una transformación económica y política radical, simbolizada a partir de la caída del Muro del Berlín. Y el mundo criminal también cambió su forma de trabajar. Desde entonces, comenzó la muerte de Al Capone y la de Pablo Escobar: la era de El Padrino y la de El Patrón se han terminado.

El escritor italoamericano Mario Puzzo estableció el retrato universal de la mafia como una aristocracia emergente y callejera con códigos morales inamovibles, sin embargo los mafiosos actuales no tienen nada que ver con eso. Ahora cuando se habla de mafia, tanto en Italia como en México, estamos ante empresarios pragmáticos desprovistos de poesía alguna que trabajan sometidos a las leyes del mercado. La mafia de nuestros tiempos está inmersa en lógicas inhumanas que se alientan cuando se pone al dinero en el centro de toda la actividad política y social. Por eso tanto la Camorra italiana como Los Zetas mexicanos no representan algo antiguo. Son corporaciones de nuestra modernidad.

Gomorra (Mondadori, 2006), el primer libro del periodista italiano Roberto Saviano, abrió un sendero para ver lo que intuíamos: la muerte del “capo” como figura central del mundo criminal. Lo que ahora se ve, por ejemplo, en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, es algo que parece menos vertical y más horizontal. Con esa perspectiva trabajé mi libro La guerra de los Zetas (Grijalbo, 2012) y otros colegas han notado lo mismo a la hora de narrar el mundo de sombras de su contexto. Los capos son menos relevantes ahora que las regiones mafiosas en las que se trabaja con las estructuras políticas y sociales del mundo hiper-capitalista. Joaquín “El Chapo” Guzmán cuyo poder es menor al que tuvo Escobar lleva el título de una especie extinta. Hablar de que hay un capo superpoderoso que mueve todos los hilos en estos tiempos solo sirve para organizar narrativamente una realidad sumamente caótica. Es un tic periodístico inevitable y una imprecisión que impide ver el tamaño del problema.

Este fin de semana leí CeroCeroCero (Anagrama, 2014), el nuevo libro de Saviano, donde continúa con su narrativa sobre las mafias del mundo, aunque ahora, de manera altamente provocativa expone cómo la cocaína gobierna el mundo. Explica que si en 2012 (año de lanzamiento del iPhone 5 y MiniIpad) alguien hubiera invertido 1 mil euros en acciones de Apple, ahora tendría 1 mil 670 euros. “No está mal. Pero si hubieras invertido 1 mil euros en cocaína a principios de 2012, ahora tendrías 182 mil dólares: ¡cien veces más que invirtiendo el el título bursátil récord del año!”.

Miles de jóvenes crecen hoy en esa desesperanza, porque el sistema no les da cabida en sus marcos legales. Es probable que mientras usted leyó este artículo uno haya entrado a formar parte de alguna de las máquinas de guerra que la mafia crea con mayor empeño que antes gracias a las desmesuradas ganancias que deja el mercado negro de la actualidad. Ese joven sabe que para él todo va terminar mal: que acabará muerto o en el mejor de los casos, preso. Aún así decide ingresar. Para toda esta generación que sirve de carne de cañón para los empresarios del narco, la muerte dejó de ser un drama cristiano. Ahora es una realidad cotidiana.

Pablo Escobar y la figura del máximo capo han muerto, pero no la mafia. Si deseáramos ver cómo funciona esto en la actualidad, en términos de una serie de televisión, tendríamos que poner la cámara en alguna ciudad próspera del norte de México. Mirar con paciencia y a detalle, entre los usos y costumbres locales, el concierto de pequeñas tragedias que ahí suceden alrededor de la cocaína y otros productos lucrativos. Así, de repente, aparecería delante de nosotros lo que sigue tras la muerte de Pablo Escobar.

Algo todavía más fascinantemente espantoso.

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(Diego Enrique Osorno)