Pasiones Uber, de regreso

Hace unos meses, comenté en este espacio una idea más o menos sencilla: que los usuarios del sistema de transporte privado Uber estaban tan entusiasmados con él (y empeñados en defenderlo de los ataques que no pocos gobiernos locales le dirigieron a lo largo del año, presionados por los taxistas) que dejaban de lado el hecho de que el transporte público en varias de nuestras ciudades estaba por colapsar o, de plano, ya había colapsado, y que Uber no podía solucionar ese problema que, sin embargo, se discutía (y discute) menos.

Quizá porque de verdad existe el karma, a las pocas semanas el caos vial vino a mi puerta y como en la canción del remolino “nos alevantó”. El centro de mi ciudad, Guadalajara, fue casi totalmente cerrado por las obras de la Línea 3 del Tren Ligero local. Las rutas de autobús del área fueron modificadas y la rutina diaria de las miles de personas que las usan tuvo que cambiar y adaptarse. Para quienes debemos asistir cotidianamente a lugares estratégicamente alejados de los alcances de los dichosos autobuses urbanos, la vida se complicó en otro sentido. Tomar un taxi se convirtió en la búsqueda del Grial, porque la mayoría de ellos sale del centro de la ciudad ya ocupada gracias al desorden que trajeron las obras, y quienes vivimos en las zonas aledañas tuvimos que esperar por un “libre” lapsos que pasaron de cinco minutos a 30 ó más. A la décima vez que llegué con retraso a mi destino, luego de dos trasbordos de autobús (con todo y la subsecuente caminata) o de aguardar por un taxi más de media hora, doblé las manos y comencé a usar Uber varias veces a la semana, porque prefiero el gasto (que no es menor) que perder tiempo y dinero por llegar tarde o de plano ausentarme de citas laborales y personales.

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No tengo hasta ahora ninguna queja grave del servicio en sí, ya que, tal como sus entusiastas han recalcado durante todos estos meses, un Uber es una suerte de taxi evolucionado que no hay que salir a buscar (pasa por uno), tiene tarifas competitivas con respecto a las de los taxis (sin embargo, lejos del bolsillo de la mayoría), cuyas unidades están, por lo general, en mejor estado que las de sus competidores y cuyos conductores fueron capacitados para ser amables. Nunca puse en duda que esto fuera verdad. El problema, me parece, es otro.

Como tantos otros servicios en terrenos esenciales para la vida cotidiana, el de Uber está muy bien… para quien puede pagarlo, igual que sucede con sus equivalentes médicos, dentales, educativos, recreativos y demás. ¿Pero qué pasa con quienes no? Pues tienen que caminar más,  viajar apretujados, trasbordar… O resignarse a un servicio de taxis lleno de taras. ¿Y el transporte público? En la lona.