“Pinches jefes bragueteros”, por @alexxxalmazan

A Carmen Aristegui y a su equipo,

por la lección de buen periodismo

El caso de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre —el priista que tuvo un padre que violaba a sus esposas con la misma facilidad de quienes escupen en la calle— no es el único donde a la mujer o al hombre se les ha obligado a tener sexo.

En la política las cosas así han funcionado siempre. Desde la presidencia hasta la oficina del más ignorante regidor es común saber que alguien utiliza su pequeño poder para llevarse a la cama a sus empleadas o empleados. El organigrama ha sustituido la nula capacidad que tienen los políticos para que alguien los quiera a la buena —seguro deben ser muy infelices—. Algunos votan en contra de la ley a favor del aborto, otros lanzan campañas para respetar a las mujeres, y unos se fotografían con su esposa e hijos en nombre de la familia, pero todos ellos son unos cabrones con doble moral. Historias sobran: el que se va de viaje con su amante, la que tiene en la nómina a su pareja…

Una amiga, hace poco, me contó que un político, de esos que sale mucho en los periódicos, le ofreció trabajo como asesora; entre sus funciones debía darle masaje en los pies y revolcarse con él. Otra conocida, hace años, me platicó que había renunciado porque una legisladora le exigió sexo oral.

Mi otro yo, sin embargo, me dice que en el mundo del periodismo —que es el que más conozco— también existen estas costumbres insanas. Y me hace recordar que, a una amiga, su jefe le propuso sin rodeos irse a la cama. Todo a cambio de darle un puesto mejor. Ella se ha rehusado y ahora el tipo la hace trabajar hasta veinte horas diarias. “Podrías ser de las consentidas si fueras más accesible”, le ha dicho cada vez que ella se queja de la carga de trabajo. Otra, que apenas está haciendo sus prácticas, suele recibir propuestas de varios editores de su medio. Todos le han prometido conseguirle una plaza.

Mi otro yo va más lejos y se acuerda de todas esas historias que he escuchado donde el jefe cree que la mujer o el hombre es una cosa que puede abrir las piernas cuando ellos se les antoje. Por ejemplo: una chica universitaria que conocí hace poco es edecán. Está por dejar el empleo porque el reclutador cree tener el derecho de manosearla y de decirle patanerías que ni a los maestros albañiles se les ocurriría. Una amiga que trabaja en un bufete de abogados ha tenido que acostarse con dos de ellos para conservar la chamba. Y una enfermera me contó el otro día que uno de los doctores aprovecha sus noches de guardia para andar de galán y ofrecerles trabajo en un mejor hospital.

Creo que todos hemos escuchado alguna vez historias de estos pinches jefes bragueteros. ¿O no?

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(ALEJANDRO ALMAZÁN)