Pitbull, el taxi y la pasajera “calladita”

Nunca falta el apuntad@ al romance… aunque sea en #taxi y de ficción. Y nada de malo hay en eso, siempre que nadie se sienta en una versión local de 50 sombras de Grey…y todo por una canción.

Quizá ustedes ya sepan, yo apenas supe que el ilustre Pitbull y reggeatoneros que le acompañan son los reyes de la canción de verano. Creo que para muchos mexicanos, el concepto verano se reduce a “vacaciones de los chamacos, ¿qué hacemos con ellos?” (si tienen hijos) o “¡que nunca regresen a la escuela! ¡El tráfico es una maravilla!” (si no tienen hijos). Pero en otros países, el bonito descanso veraniego, con playa, fiesta y canción de verano incluida, es casi imperdonable. Pues resulta que en esos y otros lares, la rolita que retumba por el verano, según leí en El País, es El Taxi. Asumo que vivo como ostra, pero si ustedes comparten mi ignorancia sobre dicha melodía, no deje de checar el video en Youtube (https://youtu.be/yNBYafx4QLs)

El estribillo es onda “me lo paró…el taxi…lo paró con una mano que lo paro y no lo vi”, aunque parece que todo el mundo ha malinterpretado la canción (lo cual no quiere decir que no sea un himno al doble sentido, nomás que lo cantamos mal).

El coro que canta el respetable público es: “yo yo yo me paré el taxi” y en realidad es “cho cho chófer pare el taxi” (el albur se cuenta solo). En otra estrofa, se escucha algo como “ella se vino”, aunque lo correcto es “ella HACE vino”…¡ok!

Cuando leí esto, acordé de la prima de una amiga (¡en serio!), que viajaba alegre y pizpireta en un #taxi, evadiendo la charla de chofer con la intensa lectura de su celular ( porque ‘ora se lee el teléfono y no un libro, ¿cierto?). En esas estaban, cuando el microambiente taxístico se llenó con la música de El Taxi y su “homenaje a todas las mujeres que hacen vino” (así presentan la rolita en el video, encima es una canción vinícola).

“Juro que me empezó a ver con cara de morbo”, dijo la prima, que se puso taaaaan nerviosa que sacó un espejito para fingir que se arreglaba las pestañas, y así evadir la (¿lujuriosa?) mirada, que denotaba las ganas (de taxista) porque la canción “se convirtiera en realidad”.

Ahí le paro, porque no sé que será peor si le sigo: sentirme Corin Tellado haciéndoles la narración erótica de verano (ajá) o una terrible señora que hace comentarios misóginos.  Quizá algunos consideren que la prima exageró o usó con demasiado entusiasmo su imaginación; para otros, la experiencia no será novedosa (en el mundo de los taxis, como en cualquier otro, hay machines y acosadores, por no hablar de los “apuntados”). Haiga sido como haiga sido, me parece que cuando el pasajer@ se siente incómod@ –por cualquier causa-, no tiene por qué fingir demencia. O le pide a #taxista que apague su musiquita o le dice “hasta aquí llegamos” y se baja o le corresponde a la sonrisa coqueta. ¡Pero no se aguanta en estoico silencio!

Nunca entiendo que los humanos demos paso a la impunidad ajena minimizando los hechos: “no era para tanto”, “ya me iba a bajar”, “total, no me hizo nada”.

¿Acaso hemos otorgado ese enorme poder a la impunidad del gobierno desde esos pequeños detalles cotidianos? ¿Callar y aguantar la incomodidad en asuntos nimios va construyendo un enorme y fallido “sentido social del aguante”?