Que dice el señor que no hay crimen organizado

A mediados de mes, un grupo de comerciantes y empresarios del Centro Histórico, junto con la autoridad de la misma demarcación, hicieron una conferencia de prensa para anunciar que habían presentado una denuncia ante la Procuraduría del Distrito Federal por extorsión de parte de varios grupos del crimen organizado. La denuncia estaba respaldada por 487 quejas.

En los días siguientes, el gobierno de la ciudad desplegó un operativo en el Centro, pero advirtió que el asunto era preventivo y que no se debía a la presencia de estas organizaciones criminales.

El pasado día 19 apareció un cadáver colgado del Puente de la Concordia, en Iztapalapa. En una conferencia de prensa, el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, volvió a negar la presencia en la ciudad de crimen organizado. Pidió a los periodistas no saltar conclusiones. En todo caso, el cadáver colgante estaba en una zona fronteriza, dijo. Es en estas zonas de contacto donde se debería de ser muy vigilante.

Cada vez resulta más irritante la estrategia del jefe de Gobierno de afirmar que en la ciudad no hay crimen organizado. Es una cantaleta que se escucha muy gastada: se repitió cuando el asesinato de un comerciante en la colonia Condesa, con respecto de los homicidios en la colonia Narvarte, en fin, se escucha desde el primer escándalo criminal de esta administración, es decir, el secuestro y desaparición de los jóvenes tepiteños que estaban en la discoteca  Heaven After.

Hoy escuchaba en el radio a Ernesto López Portillo, director del Instituto para la Seguridad y Democracia, hablar de lo profundamente dañino que el mensaje es para la impartición de la justicia. Es como ir al Ministerio Público a denunciar un delito y mirar que el representante social no hace nada porque niega la existencia misma de los crímenes.

Estoy de acuerdo: yo añadiría que como mensaje político también es pésimo, porque sólo aumenta la desesperación y desamparo de la gente frente a un gobierno avestruz que esconde la cabeza, y sólo hace aparecer al jefe de Gobierno como un mentiroso, más preocupado por su imagen que por la responsabilidades de su cargo y la efectividad de su gestión.