“¿Qué hacemos con los secuestradores?”: @alexxxalmazan

¿Buscarías a tu secuestrador para matarlo? Yo no venía pensando en eso cuando entré al restaurante, pero Ana y Pablo, mis acompañantes de mesa que hace años fueron secuestrados, me dicen que ellos sí hubieran asesinado a Mario Alberto Bayardo.

Pablo me escribió a finales del año pasado. En su mail, me contaba lo esencial de su secuestro, aquí en DF, pero me decía que su única intención era conocer a Ana, una chica que entrevisté en 2004, semanas después de que Bayardo la liberara. La relación con Ana es la de esos amigos que no se frecuentan ni se llaman por teléfono, pero que están cuando se necesitan. Así que le llamé. Ella, que se hizo de contactos en la policía cuando buscó a Bayardo, investigó a Pablo.Días después, Ana me avisó que comería con él y por eso estamos aquí los tres, hablando de ese cabrón secuestrador.

—Yo pagué mucho dinero para encontrarlo —dice Pablo—. La Policía Federal y yo estuvimos a punto de agarrarlo en Mazatlán y en Los Cabos, pero se peló. Nomás agarramos al hijo y a la mujer que, en los tres meses que estuve secuestrado, me dio de comer.

—Yo lo vi en la plaza de Toros de Tlaxcala —cuenta Ana—. Me habían dicho que ahí iba seguido. No pude acercarme porque Bayardo estaba acompañado de policías. Juro que pensé en matarlo.

—Yo también quería matarlo —dice Pablo.

Por un momento pienso que estoy sentado en la mesa con Lucio Cienfuegos, uno de mis amigos imaginarios que es jefe de la policía y tiene permiso para matar, torturar, violar, degollar y despellejar a todo secuestrador y aquellos que sean sus familiares. Lucio nació de un personaje real que, hace unos diez años, bajó en Sinaloa las estadísticas del secuestro. Lo hizo apoyándose en la Ley del Talión: él secuestraba a los padres, hijos y hermanos del secuestrador; así, a la hora de la negociación, estaba en igualdad de condiciones. “Los secuestradores son la mierda del ser humano”, solía decir el personaje real y Lucio también lo dice en la novela que algún día pienso terminar de teclear.

—¿Y en qué momento se les quitó la idea de matarlo? —les pregunto a Ana y a Pablo.

Se miran uno al otro y me cuentan que se han reunido para darse paz mutuamente: Bayardo está muerto.

Según su historia, Bayardo secuestró al sobrino de un empresario, de cuyo nombre no debo de acordarme. Al joven lo violaron, le cortaron dedos y perdió los testículos por culpa de una golpiza. Lo liberaron después de 50 días. El tío buscó a gente del cártel con el que Bayardo tenía deudas y les pagó lo suficiente para que lo mataran, no sin antes hacerle pasar por lo mismo que sufrió el sobrino. A Bayardo lo asesinaron a los cien días y lo disolvieron en ácido.

“A mí me enseñaron las fotos cuando ya está muerto”, dice Ana y a mí solo me queda creerle.

Cuando salgo del restaurante me pregunto si Bayardo merecía ese final. Lucio Cienfuegos diría que sí. ¿Yo? Yo todavía sigo pensando qué diablos hacemos con los secuestradores.

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(Alejandro Almazán)