“Quedarse aquí”, por @AlexSanchezMX

Andrew Almazán, el psicólogo más joven del mundo, ha decidido quedarse en la ciudad de México aún cuando le han llovido las propuestas para irse a los países más desarrollados a seguir preparándose y trabajar. Hace poco fui a buscarlo al departamento de Fisiología Celular de la UNAM, donde avanza en una investigación contra la diabetes que tiene sorprendida a la comunidad médica internacional: ha tenido éxito en el trasplante de islotes pancreáticos para regular la glucosa sanguínea y mejorar la calidad de vida de quienes padecen la enfermedad. Almazán, con apenas 18 años, también estudió medicina en la Universidad Panamericana.

El día que quise encontrarlo acababa de salir del departamento de Fisiología Celular, donde trabaja en la investigación con uno de sus ex maestros, quien enseñó los cadáveres de seis ratas a las que el chico les acababa de extraer el páncreas para seguir con sus experimentos de reproducir hormonas como la insulina y el glucagón. Almazán había salido apresurado con rumbo al Centro de Atención al Talento (CEDAT) de la colonia del Valle que a sus 16 años, antes de graduarse como psicólogo, instaló con una sola intención: ir poco a poco al rescate de niños superdotados del DF a los que profesores incapacitados para atenderlos acaban recentándoles ritalin, una droga, que acaba dejando a los niños como un bulto.

En el CEDAT -que por cierto acaba de cambiar de sede por la alta demanda- conocí a César, un chico morenito y delgado quien aparentaba menos edad que sus 13 años porque, como se distraía en clases a su maestra de primaria se le ocurrió prescribirle el narcótico estimulante, que terminó mermando su desarrollo físico. Sin embargo, César tenía otro semblante. “Estoy feliz porque Andrew me rescató a tiempo”, dijo muy orgulloso. Ahora con él ha logrado desarrollar sus capacidades en el ámbito que le gusta: instalación de programas computacionales y estudio sobre el funcionamiento de los mismos.

Cuando lo vi por primera vez estaba en clase con otros 12 niños en un salón del CEDAT. Había una discusión acalorada entre los alumnos sobre el proceso de fosilización y el reemplazo de los componentes de los restos de un organismo por minerales. Después me platicó que desde su llegada aquí no había vuelto a sentirse una persona frustrada. Dijo que otro día con gusto volvería a platicar porque en ese momento debía continuar con la actualización de un programa informático con el que Andrew Almazán ha explicado en congresos internacionales el objetivo del trasplante de islote pancreático para regular la glucosa sanguínea.

Según estimaciones del propio CEDAT, en la ciudad de México hay unos 100 mil niños superdotados que al no recibir atención adecuada sus capacidades acaban mermadas o mal canalizadas. “Por eso no me iré de aquí. Mi misión es ayudar a los niños con talento especial”, me dijo Almazán, quien traía puesta una bata blanca y estaba sentado detrás de un escritorio rodeado de libros, partes del cuerpo humano de plástico y un globo terráqueo.

Sin ayuda del gobierno y junto con otros 40 profesionistas, Andrew guía a más de 500 niños superdotados para que dejen de sufrir relegación y daños en su autoestima. Todo esto, en medio de una lucha que ha cambiado leyes educativas para que los pequeños sean sometidos a exámenes de conocimiento y las autoridades educativas reconozcan el nivel que muestren, sin importar su edad. Desde aquí, la Ciudad de México, Andrew también seguirá con sus investigaciones en medicina.

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(Alejandro Sánchez)