Realidad Novelada de una mujer vejada

Es una de esas mañanas de invierno donde estar bajo el sol quema la piel y la sombra se mete fría hasta los huesos. Ya va siendo tiempo de poner los adornos navideños, piensa. Camina con cierta lentitud, con calma, casi con dificultad. Luego da un sorbo al café con leche y dos de azúcar. Ella, se podría decir, es una mujer atractiva. Además de poseer una carrera y una mente reconocidas como brillantes, tiene la espalda recta, los pechos generosos y la cintura pequeña. Se distingue por su carácter afable y conciliador, por sus cejas arqueadas, los ojos grandes, la nariz recta y la dulce boca, atravesada por un enorme y desagradable hematoma; de esos que duelen en el estómago de nada más mirarlos… Sí, ella es una más de ese gran numero de mujeres que son controladas, golpeadas, menospreciadas y criticadas hasta por el más mínimo detalle. — ¿Con quién estuviste hablando toda la mañana?— le preguntó la tarde anterior, comenzando el vicioso circulo de agresiones. — Con nadie, mi amor. Te juro que… — ¡No te hagas la estúpida!— le interrumpió con brusquedad, con esa voz que siempre la persigue e investiga, con esa voz que truena furiosa, con ese tono violento que le provoca ir al baño a desazolvar las tripas sin control ni piedad. —¡No llores! —le grita— ¡¿Qué me estás ocultando?! —la inquirió a empellones. —Te conozco, pinche vieja, sé que cuando lloras es porque sabes que algo hiciste mal… ¡Eres una puta! ¡P-U-T-A! Ella no pudo controlarse. Temblaba. Lloraba. Ni hablar de encerrarse en el cuarto, o de salir corriendo de la casa, porque la ultima vez que lo hizo, el castigo fue mucho peor. Entonces su instinto más básico de supervivencia la hizo hincarse en el suelo, metió la cabeza entre las piernas, abrazó sus rodillas y masculló perdón. Suplicó clemencia por algo que no hizo, imploró compasión porque tal vez la empleada doméstica dejó descolgado el teléfono cuando lo limpió y ella no se dio cuenta. ¿Por qué no puedes ser como la esposa de fulano? ¡Ella sí es una mujer de mundo! No, no quiero que tomes pastillas anticonceptivas. ¿Me crees igual que tú? Carajo, fíjate cómo le hace mi hermana. Pero si no sabes usar esos vestidos elegantes. ¡Se te nota el brasier! Estás gorda, eres fea, tonta, burda, tan torpe que no sabes ni planchar una camisa. Ya sé lo que quieres al ponerte ese vestido, ¡que te vean otros hombres!, ¿verdad? ¿A quien fuiste a ver al supermercado? ¿Ahí te encuentras con tu amante? Todo comenzó con un noviazgo de apodos, críticas algunas, celos varios, amenazas de matarse si lo abandonaba, arrojarle objetos suavemente cuando se enojaba. Y ahora, patada en las costillas, ella levantó la cara y golpe seco en la barbilla. Dejará marca por varios días. No podrá salir de casa. Es tu culpa, ¿qué no lo ves?… perdón mi amor, te juro que no volverá a suceder. Pero tú me provocas. Ella es como cualquier mujer que puedes observar en una tienda, cargando gasolina, comiendo en un restaurante o recogiendo a los niños en la escuela. Mire a su esposo llorando de lo arrepentido, ¿por qué no lo perdona?, le dijo alguna vez un Ministerio Público. Algo malo habrás hecho, le dijo su madre en otra ocasión. Y cómo ves, ¿sí eres muy coqueta?, le preguntó la sicóloga. Sí, ella es una mujer como cualquier otra. Su nombre es un nombre común. Su vida se parece a la de tu mejor amiga. Físicamente, se parece a tu hija. Sus sueños e ilusiones son los mismos de tu hermana. Y el próximo lunes 25 de noviembre es el día internacional para recordar que aún hay millones de historias de mujeres que como ella, viven esa Realidad No-Velada.

(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)