Rodolfo Wilcock, escritor inusual; por Guadalupe Nettel

La mayor cualidad de las ferias de libros es que permiten descubrir autores. Este año, la Feria del libro de Buenos Aires está dedicada a la literatura mexicana. Los lectores argentinos conocerán autores no tan obvios de nuestro país y es de esperarse que nosotros hagamos lo mismo. Yo, por mi parte, estoy empezando a leer a Juan Rodolfo Wilcock, uno de los escritores más extravagantes de la literatura argentina e italiana. Resulta increíble lo poco célebre que es este autor aun ahora, a pesar de su talento y de su larga e intensa amistad con autores como Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes lo consideraban un ser brillante e impredecible. Publicó en casi todas las revistas literarias hispanoamericanas importantes de su tiempo y una gran cantidad de libros originales, descabellados y perturbadores como Los hermosos días, Los traidores, La sinagoga de los iconoclastas, Hechos inquietantes y El libro de los monstruos. Después decidió cambiar, no sólo de destino sino también de lengua.

Todo comenzó en 1951 durante un largo viaje que hizo por Europa en compañía de Silvina Ocampo y de Bioy Casares, tras el cual Wilcock se decidió intempestivamente a emigrar hacia Europa. El primer destino que escogió fue Inglaterra, el país donde había nacido su padre: vivió en Londres durante dos años, trabajando como crítico literario, musical y artístico en el Servicio Latinoamericano de la BBC. Pero Londres no lo sedujo lo suficiente como para decidir instalarse ahí de forma definitiva. Volvió a Argentina una breve temporada y, cuatro años más tarde, se estableció en Roma, donde llevó a cabo una auténtica reinvención de sí mismo. Estaba tan dispuesto a olvidar su pasado que, poco antes de salir de Argentina, se encargó de que retirasen todos sus libros de la circulación. Su partida no fue un acto rencoroso sino todo lo contrario, el comienzo de una aventura feliz. Sus amigos recuerdan que Wilcock subió sonriendo al barco que habría de alejarlo para siempre del continente americano.

El nuevo autor J.R. Wilcock escribiría desde entonces exclusivamente en italiano, cosa que él solía explicar de esta forma: “Como escritor europeo, elegí el italiano para expresarme porque es la lengua que más se parece al latín (acaso el español se parezca más, pero el público de lengua española es apenas el espectro de un fantasma).”

En Roma se hizo amigo de Elsa Morante, Alberto Moravia, Roberto Calasso y Luciano Foà. Calasso escribió sobre él acerca: “ posee una total ausencia de conformismo intelectual, la aristocrática embriaguez de contrariar. Su italiano es como un islote tropical, poblado por una vegetación antigua y frondosa”. Murió el 16 de marzo de 1978, en su casa de campo, en el Alto Lazio. Con decreto del Jefe de Estado, le fue concedida post mórtem la ciudadanía italiana solicitada por él cuatro años antes.

(GUADALUPE NETTEL)