‘San Judas rockstar’, por @wilberttorre

Gloria vive en una silla de ruedas en la que llega casi todos los días ­al templo de San Hipólito, la casa de San Judas Tadeo. Lleva en la cabeza un sombrerito de estambre blanco que añade coquetería a su sonrisa nítida de ochenta años. Es el primer día del año y afincada en la puerta lateral de la calle Zarco, recita su plegaria de siempre:

–Un peso. Un peso. Un peso.

Gloria pide un peso en la puerta del templo, aunque no parece una mendigo. Se la ve limpia y habla con la soltura de una gitana que lee las cartas. Es más que una solicitante de dinero: una testigo fiel de la revolución que ha vivido esta iglesia en los últimos años.

San Hipólito era en la década de los 80 la morada de San Judas Tadeo, un santo más en la constelación de mártires, religiosos y apóstoles de la Iglesia Católica.

San Hipólito tiene hoy la catadura de una pequeña Catedral –un altar radiante, muros bien conservados, candelabros gigantes, jarrones henchidos de flores– y San Judas ya no es uno más en la constelación: es el rockstar de la Iglesia Católica mexicana.

Quizá sólo por debajo de Lupita, la reina de piel canela que atiende favores en La Villa.

Le hacen ofrendas. Le cuelgan fotografías para que no olvide el rostro de los enfermos, los desempleados, los desaparecidos, los que han sucumbido al alcohol y las drogas. Lo bañan con luces de velas de cera y unas modernas de neón. Le arrojan flores. Lo rodean de mariachis. Le traen San Juditas como Barbies y San Judas gigantes. Y el 28 de cada mes lo visitan miles y miles y miles que asisten a una maratón de misas atestadas de fieles, de 5 de la mañana a las 10 de la noche.

Es San Judas superstar.

La Iglesia Católica no es un espectáculo, ni se trata de frivolizar al santo que es primo de Jesucristo: la condición de un país se mide desde las estadísticas, pero la fe también puede ser un termómetro infalible. La gente no cree en sus gobernantes, pero cree en sus santos. Y San Judas es el santo de las causas difíciles en un país donde tener empleo, ganar lo suficiente, y sobrevivir en ciudades rodeadas de peligro es lo más parecido a cerrar los ojos y pedir un deseo incierto de cumpleaños.

San Judas no es cualquier santo. “Es el Santo más milagroso”, dicen un viejo, un muchacho con rastas y una niña, como si San Hipólito fuera un Resort All Inclusive y quisieran venderle al prójimo un espacio en el paraíso.

Por acumulación de circunstancias, San Judas es el Santo más ocupado: en los últimos años la policía de la ciudad de México reportó que en su día, 28 de octubre, lo visitaron 150 mil peregrinos. Eso haría parecer una reunión de amigos cualquier mitin político. Y sin contar a los fieles que llegan cada mes a cumplir con el carrusel de misas.

En un país asfixiado de problemas, los fieles prefieren dejar sus peticiones en el altar de San Judas, que en el pórtico de Los Pinos o del gobierno de la ciudad. La gente no cree en sus gobernantes, pero cree en sus santos.

Aunque los santos no sean infalibles.

–San Judas es muy milagroso, pero algo le ha fallado conmigo –Gloria sonríe y se acomoda el sombrerito en el umbral de la puerta de la calle Zarco–. Aún así, le soy fiel: aquí estoy, esperando turno.

Gloria espera un milagro. Como esperan millones.

Feliz 2014.

(WILBERT TORRE / @WilbertTorre)