“¿Se enojó con Dios?”

Diego Fonseca es uno de los grandes narradores latinoamericanos emergentes. Aunque sobre todo se mueve en el terreno de la crónica, ha hecho también cuento, ensayo y dicen que prepara una novela. No es un cronista que escriba habitualmente sobre las víctimas. Algunos de sus mejores textos abordan la sorpresa de la cotidianidad, o bien, a personajes deslumbrantes. Por esta razón, me pareció interesante invitarlo a que conversara con doña María Herrera, una mujer llena de fortaleza a la que esta crisis de violencia en México le desapareció cuatro hijos y cuyo rostro, me parece, es el rostro más emblemático de las víctimas del país. Ambos conversaron en el episodio final de la primera temporada de Los Cuadros Negros, una serie de testimonios acerca del abismo mexicano que ya está disponible de manera completa en www.loscuadrosnegros.com

Este es un fragmento de la conversación entre doña María Herrera y Fonseca. Al principio, doña María Herrera relata la forma en que la búsqueda de sus hijos fue consumiéndola:

“Nuestros recursos se fueron agotando uno a uno. Ya no había recursos para ir a buscar a mis hijos. Ya todo se había acabado, ya, incluso, había vendido yo hasta las máquinas, había vendido todo lo que pude, nada más dejé dos maquinitas ahí, ya no había manera de, incluso, siempre que salíamos ya durábamos como unos cinco meses que teníamos que pedir prestado. Mucha gente del pueblo se ofrecía a ir a llevarnos dinero y nos decía “mira lo voy a ocupar para tal fecha. Utilízalo mientras”, o sea, todo el mundo creíamos que, esto era, algo rápido, que los íbamos a encontrar pronto, ¿no? Y yo decía, “en cuanto encuentre a mis hijos, pues vamos a luchar, vamos a trabajar para pagar todo esto que se debe”. De hecho ahorita tenemos muchísimas deudas todavía y algunas personas creen que no les queremos pagar pero, la verdad, es que no hemos podido. Yo lo único que sí les he dicho es que ahí está la casita, que es lo único que nos queda, es donde viven mis nueras pero, que en un momento dado, que, pues ya no sepamos algo definitivo y que no vamos a poder pagar, pues se vende la casita, no va a quedar de otra.

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– ¿Eso es un momento en que uno se pregunta si vale la pena creer en algo?- pregunta Fonseca.

– Sí… Sí y es algo tan cruel que en esos momentos me hubiera querido irme con mis hijos y seguir la búsqueda de mis hijos y el no poder, el no saber dónde estaban o dónde podía localizarlos yo ahora sí que ahí sentí que me derrumbé de nuevo.

– ¿Puedo hacerte una pregunta difícil? ¿Has pensado en la posibilidad de que estén muertos?

– Me aterra la posibilidad. Sí he pensado, pero inmediatamente deshecho… Como que es algo que mi mente no lo concibe. Es algo que no… ni mi corazón ni mi mente concibe que mis hijos estén muertos. Yo para mí los llevo vivos. Los necesito vivos. Y quiero pensar siempre que están vivos.

– ¿Se enojó con Dios?

– Nunca lo he hecho. Nunca lo he hecho, sí le he reclamado, le pido mucho también por esos delincuentes, esos delincuentes que quizás no tuvieron una madre, un padre, alguien que los inculcara a hacer el bien, porque si yo sé que a mis hijos los están obligando a hacer algo indebido, quizás sean ellos por el amor a su madre, a sus hijos, a sus hermanos, porque les están diciendo que si no lo hacen, pueden hacerle daño a alguien más de la familia; a lo mejor ellos están accediendo a hacer algo indebido y eso es lo que más me angustia. No me gustaría que mis hijos pudieran lastimar a otra persona, no me gustarían que mis hijos fueran la causa de destrozar familias, de destrozar padres de familia como lo ha hecho tanta gente”.