Ser pobre, pero sexy

Berlín.- Hace poco el alcalde de esta ciudad dijo que era cierto que en comparación con los demás estados de Alemania, Berlín era pobre. “Arm, aber sexy (pobre, pero sexy)”. La peculiar descripción cayó bien en la mayoría de los berlineses que, además, dieron su apoyo a Klaus Wowereit cuando reveló públicamente su homosexualidad (es la primera vez que aquí un funcionario se atreve a hacerlo). Desde entonces los turistas curiosos husmean la ciudad de otra manera y buscan encontrar más allá de la estética arquitectónica el erotismo que emana de entre los recovecos de sus calles, avenidas y preciosos edificios, así como de la propia gente y su historia. En ese entorno los alemanes aumentan su poderosa atracción visual por su manera de vestir, por su forma de moverse y hasta por el aroma que despiden.

Una imagen sexy es la del jefe de la policía antinarcóticos, luego de una charla, echándose por la espalda el saco que acaba sosteniendo con el dedo índice derecho mientras se va solo, sin guardaespaldas ni nadie quien le cargue el portafolio, caminando entre las calles. Va dejando un aroma a Polo Sport o algo parecido rumbo al concierto de violín que su hija -debe ser una niña hermosa, rubia y ojos verdes como los de su padre- está por iniciar esta tarde.

Otra imagen sexy es la del DJ turco de pelos largos y rizados, en medio de una llovizna delgada y suave que empapa el rostro, contando, con movimientos rítmicos como si estuviera parado frente a una mezcladora, la historia de su llegada a Alemania y cómo se sintió frustrado cuando los soviéticos y estadounidenses que dividieron a la República con un muro, le prohibieron la entrada a las discotecas.

Una imagen también sexy es la del mismo turco, treinta y cinco años después, tocando en fiestas hasta para cinco mil personas y al mismo tiempo contribuyendo en la mezcla de culturas nacionales e internacionales, algo que jamás el hubiese imaginado. Hasta acá llegan seducidos los amantes de la música electrónica de Londres, Amsterdam y Nueva York, muchas veces para pasar tan sólo el fin de semana en las tocadas sin ni siquiera contratar la habitación de algún hotel debido a que las fiestas suelen ser ininterrumpidas durante dos o tres días.

La postal de mujeres, incluyendo señoras de 60 o 70 años, con sus vestidos o jeans ajustados  pedaleando sus bicicletas sobre una ciclopista que, en algunos de sus puntos, se tiende en medio de carriles de ida y vuelta para automóviles, trenes ligeros y autobuses también es sexy. Ser sexy es además el destacado estilo con que bajan el pie del pedal a la hora en que el muñeco en luz roja del semáforo detiene su marcha en dirección al trabajo o cualquier otro lugar.

Se ve sexy hasta la foto que se queda en el iPhone y que muestra parte del río Sfrii, así como el paisaje de un cielo azul limpio e infinito con unas nubes aborregadas y grúas en lo alto del predio donde alguna vez estuvo el castillo de Berlín, pero que más de medio siglo después de ser bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y demolido, ahora se erige una nueva edificación: tendrá la misma fachada que el antiguo palacio, pero por dentro será un edificio moderno e inteligente.

Ser sexy es ver una ciudad con taxis Mercedes Benz y despejada de niños de la calle mendigando (porque por fortuna aquí se toman medidas de integración) ni a los pobres pidiendo limosna.

Es sexy la practicante universitaria que cree en el combate a la corrupción sobre todo cuando desliza repetidas sonrisas a la hora en que el encargado de despacho de transparencia internacional con sede en Berlín, relata la historia del funcionario que fue echado del gobierno cuando tan sólo existía contra él la ligera sospecha de haber influido a favor de un amigo suyo con el rodaje de un documental. Y la actitud positiva de esa chica crece cuando su jefe dice que aunque no ha terminado el caso, a ese funcionario no le ve cabida nunca más en el sector público aunque saliera limpio en la investigación porque la sociedad jamás volvería a creer en él.

Se ven sexies los sureños asentados en el centro y bailando polcas y música countri en las tabernas. Ellos, guapos con sus camisas cuadradas, sus pañoletas colgadas en el cuello, y ellas, lindas con su vestidos en colores pastel que llevan al frente una especie de babero y escotes atrevidos que muestran parte de sus pechos.

No es exageración, tiene razón el alcalde Wowereit: los berlineses se volvieron sexies e hicieron sexy a una ciudad que sigue en reconstrucción sobre las heridas que dejó el muro.

(ALEJANDRO SÁNCHEZ)