Sexo y Amor a los 40

¿A qué edad descubriste que eras hombre? Le pregunto a un tipo guapo que acaba de cumplir 40 y confiesa que ha entrado en una crisis emocional. Repito la pregunta, como lo hice con otro centenar de hombres casi todos mexicanos, ¿en qué momento de tu infancia supiste que debías demostrar que eres hombre y no mujer? El gesto cambia de inmediato, ahora su mirada viaja al pasado: “Supongo que fue cuando mi hermano mayor se burlaba de mí frente a sus amigos, yo me perdía en los libros y no en los deportes. No sabía cómo responder y me forcé a jugar a la pera para demostrar que no era una niñita”. Una larga conversación lo lleva a visitar los momentos de su vida en que asimiló los códigos de lo masculino.

Ahora no para de hablar, miro la grabadora para asegurarme de que tiene suficiente batería. Cuatro horas después este hombre inteligente ha caído en cuenta de las razones de sus crisis, bromea nervioso. Actualmente tiene que pensar si lo que ha hecho todos estos años tiene verdadero significado a la luz de su descubrimiento: fue condicionado a someterse a los patrones convencionales del hombre proveedor, sí, aunque haya nacido en los setentas, la era de la liberación femenina que también independizó a millones de hombres del yugo machista. Siempre se sintió atraído por mujeres brillantes y fuertes, terminó casándose con una hermosa hembrista convencional con la que ahora no tiene nada en común más que dos hijas. Dejó la literatura por un trabajo que su padre considera respetable, se ocupó demasiado de su físico y guardó las emociones en un cajón. Si abres ese cajón imaginario ¿qué emociones te asaltan?, le pregunto.

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Ahora sus ojos están rasados de lágrimas. Se contiene. Habla entonces y el amor es sexo y el sexo es su identidad como varón y la ausencia de sexo y deseo es miedo, un miedo pequeñito y peligroso como tarántula. El erotismo no encuentra una definición que se relacione con sus sentimientos, el deseo simplón sí: le ha dado seguridad una caricia urgente cuando se halla frente al precipicio de la soledad, ¿es un precipicio? Sí, responde que es el vacío, que sin una pareja siente que no sabe moverse en el mundo. Ahora recuerda las frases de su padre: un hombre solo no es un hombre exitoso. Se ríe, una frase ridícula; el absurdo me habita, dice mirándose las manos. La crisis es una cueva oscura, expresa moviendo las manos, no sé si habrá salida en el otro lado.

Hace una descripción poética de sus ideales, los que dejó en otro cajón, cuando se casó con una mujer que jamás abre un libro y decidió cumplir los designios de la masculinidad que produce dinero como árbol hojas.

Extraña el deseo sexual que no ha vivido con su pareja extraña la locura de la atracción del deseo vital, la desesperación de arrancar un beso jugoso o una carcajada sonora. Se extraña a sí mismo. Su crisis no comenzó a los 40. Inició ese mismo día en que se levantó del sillón para demostrarle a su hermano que sí era un hombre como los demás, cuando decidió a punta de humillaciones que su particular forma, apasionada y melancólica de ver y vivir el mundo, las efusiones y su propio cuerpo son indeseables en un mundo de hombres cortados con la misma tijera por la misma cultura que normaliza la frustración y el desencanto a cambio de dinero y éxito. Por eso decidí llamar a mi libro Sexo y Amor en tiempos de crisis, ellos y ellas confiesan lo inconfesable como acto liberador.