Sobre la creatividad, por Guadalupe Nettel

El mito de la página en blanco es uno de los grandes terrores del escritor o del artista en general. Por él se entiende el momento de sequía en que uno no sabe de qué hablar, o qué pintar. Muchos comentan al respecto, usando el sentido común: “si no tienes nada que decir, no digas nada.” Suena lógico. El problema es que las personas que se encuentran en ese tipo de callejones sin salida almacenan generalmente muchas emociones revueltas, sin válvula de escape. El creador no encuentra la manera de expresarse y esto no hace sino angustiarlo y tensarlo aún más. Ayer hablaba con una amiga artista plástica acerca de este tema y sobre los mecanismos del proceso creativo. Nos referíamos sobre todo a la pintura y a la escritura pero creo que es algo que puede generalizarse a muchas personas los compositores, los arquitectos, los ingenieros, los publicistas, los inventores y aquellos que constantemente buscan imaginar negocios nuevos. ¿Cómo mantenerse en activo? ¿Cómo seguir produciendo?

Para mí es muy claro que en este tipo de profesiones el gozo es un factor muy importante. Uno hace mejor y más fácilmente, aquello que nos produce placer. Es una cuestión de química cerebral. Si uno no se divierte y disfruta su trabajo, debe tomarlo como una señal inequívoca de que algo anda mal. Las razones generalmente no son externas sino mentales y psicológicas. Muchas veces, durante mis encuentros con los lectores, al final de alguna conferencia o mesa redonda, me preguntan acerca de la manera en la que trabajo y si puedo dar algún consejo al respecto para aquellos que quisieran escribir y no pueden. Aquí va mi receta: dividir el trabajo en dos tiempos. En el primero uno debe considerar que está escribiendo un documento secreto que nadie podrá ver jamás y donde puede desahogarse con toda confianza. En ese primer momento es inútil pensar en el lector. Mucho menos en lo que dirá tal o cual persona. No hay nada más nocivo para la creatividad que tomar en consideración el juicio de los demás. El juez interior, ese que nos hace sentir ridículos, indignos, inferiores o incapaces, siempre que puede, es el culpable de muchas de nuestras tensiones y también de nuestra esterilidad. Por eso en esa fase, hago de cuenta que soy yo la única destinataria de ese texto. Julio Cortázar recomendaba “quitarse la corbata” antes de sentarse a escribir. La solemnidad no se lleva bien con la literatura. El juego sí. Por eso, para mi amiga pintora, uno debe recuperar el espíritu de la primera infancia, cuando no importa en absoluto si los colores combinan o si los trazos son perfectos.

La segunda fase comienza cuando el primer borrador está terminado. Entonces sí podemos pensar en quienes habrán de leerlo, revisar la estructura, analizar el equilibrio de la trama, los diálogos, la relación entre los personajes. En esta etapa entra también el cuidado meticuloso la prosa. Esta parte es fundamental pero no exenta de riesgos: si uno corta de más o tensa las cosas demasiado, buscando la perfección puede arruinar todo el trabajo. En pocas palabras, el juez puede devorarnos con su rigidez. Pero el juez interno no está únicamente presente en el trabajo creativo. Todos lo llevamos colgando de la espalda. Por eso recomiendo a quienes no tienen tanta conciencia de su constante vigilancia y a quienes no saben cómo deshacerse de él que, aunque sea por mero pasatiempo, desarrollen una actividad artística, mucho más barata, en la mayoría de los casos, que la terapia.

(Guadalupe Nettel)