Taxi libre(ría): se comparten pasiones, se regala mezcal

En estos tiempos, nada como tener fe en uno mismo y en sus pasiones. El ocio, ese tiempo libre inventado, es el padre de las pasiones más interesantes. Ojo, no crean a los malidicentes que le adjudican la paternidad de los vicios, o mejor dicho: ¿quién dijo que todas las pasiones son vicio? ¿Y que todo vicio es malo? #Liberen a los vicios (son pasiones mal disimuladas).

El asunto es que Juan Manuel Landeros, taxista desde hace cinco años, ha encontrado una manera divertida (y lucrativa) de compartir su pasión. Buenas ideas tenemos todos, pero lo que ofrece en su taxi libre(ría) la familia Landeros es una buena experiencia, y como dicen los expertos, es lo que marca un buen emprendimiento (como le dicen en estos días).

Cuando la vida puso al señor Landeros en un sitio de taxis, pensó cómo “aprovechar mejor el tiempo” y con sus hijos y otros familiares ha formado una pequeña cadena de cinco taxis-librería.

“Pensando en hacer algo aparte de estar manejando un taxi… dicen que en lo que uno está hay que hacerlo mejor para sobresalir”, cuenta #taxista cuando le pregunto cómo se le ocurrió armar su pequeña librería rodante. Cada tres o cuatro meses cambian la oferta literaria y la única regla es que todos los choferes lean lo que venden.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ALMA DELIA FUENTES: TRANSITAR CONTRA TODOS LOS IDIOTAS

“Mientras viaja y llega a su destino, solicite un libro para su lectura con su texto-servidor, y si le gusta ¡puede adquirirlo!”, leo en el respaldo del copiloto: 14 títulos divididos en tres secciones: libros para adultos, infanti-lee-s y seis cuentos o poemas para regalar, entre ellos, Sígase de frente, que escribió Eusebio Ruvalcaba sobre el taxi libre(ría).

En la venta nunca falta el que marcó muchas adolescencias (incluida la mía): Un hilito de sangre, del mismo Ruvalcaba, amigo e impulsor del proyecto. “Lector culto. Hombre paciente, acomedido, fiel a sus convicciones”, escribió alguna vez sobre el señor Landeros. “Su taxi era una feliz librería. Vendía libros o los prestaba para la distracción del pasajero, entre un punto y otro del viaje”.

Ni se crean que desde pequeño sus papás le leían los ejemplares de su vasta biblioteca. Don Juan Manuel cuenta que ni leían, pero en secundaria un maestro les leía poesía… y de ahí pa’l real.

“Los maestros nos decían lean porque cuando ya trabajen no van a tener oportunidad de leer”. Quizá recordando eso, cuando el pasajero no lee, les cuenta cuentos… con intriga, “para dejarlos picados”, dice antes de empezar a contarme Los Pocillos, de Mario Benedetti.

El cuento puede ir acompañado por un buen mezcal. “No somos como los de Uber que regalan agua”, dice con una sonrisa, “aquí regalamos hasta mezcal”, dice. Si se siente mal, pida un trago de mezcal, ofrece.

No se queja de que los mexicanos no leamos, por el contrario, dice que le va bien y que los pasajeros no son sólo curiosos, disfrutan leer, y regularmente le compran algún ejemplar, sobre todo, de la sección infantil.

Un verdadero divulgador literario con nuevos proyectos: difundir libros escritos por comunidades indígenas o lanzar un #poetaxi con su sobrino, porque -como dice – “la mente siempre debe andar pensando cómo aprovechar mejor el tiempo”. Les digo: el ocio es el padre de las (mejores) pasiones.