Tierra de cárteles, por @guillermosorno

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El lunes pasado, mientras veía la premier del espléndido documental del director Matthew Heineman llamado Cartel Land, sobre las autodefensas en Michoacán, no podía de dejar de pensar en mi posición relativa respecto al asunto de la violencia en México. Allí estaba yo, en Cinépolis Diana, en el corazón de la ciudad, comiendo palomitas y mirando el testimonio de una señora que perdió a toda su familia en manos de la Familia Michoacana.

 No se me ocurre un mundo más ajeno a Apatzingán que el cruce de Reforma y Río Misisipi, o un abismo tan grande como el que hay entre mi silla en el cine y el asiento trasero de la camioneta, donde un miembro de las autodefensas apunta con una pistola a un caballero templario, lo amedrenta y luego lo lleva a una casa de seguridad: allí se escuchan gritos de tortura.

En la película, el director intercala discursos del presidente Enrique Peña Nieto vistos en la televisión por los miembros de las autodefensas. El Presidente suena increíblemente hueco. El Papá Pitufo, exlíder de las autodefensas, dice a la caja de la televisión: “Pinche pendejo”. Es un epíteto que se extiende de manera increíblemente eficaz hacia todos nosotros en el cine, que miramos la película con un refresco en la mano: “Pinches pendejos”.

Los que sólo miramos pagamos nuestros impuestos sin mucha esperanza de que se arreglen las fuerzas de seguridad, votamos sin mucha esperanza  de que se arreglen los partidos y miramos las páginas del Hola, donde la hija de la primera dama luce un espléndido vestido de graduación del Colegio Miraflores. En realidad, nuestro lugar en la cadena del narcotráfico está determinado por nuestro papel en el mercado.

El documental tiene la virtud de hacerte sentir terriblemente incómodo: lo que estaba deteriorado, sólo se deteriorará más. El héroe de las autodefensas, el doctor José Manuel Mireles, pierde el piso después de un accidente y termina alienado de su familia y preso en una cárcel de alta seguridad, en espera de su juicio. Los grupos de autodefensas terminan del lado del Estado, aunque en la última escena uno de ellos, encapuchado, revela a la cámara que produce metanfetaminas.
Sólo es cuestión de tiempo para que el asunto empeore de una manera cada vez más rara y complicada.

Entre todos los momentos oscuros del documental, hay uno que me obsesiona. Mireles se ha retirado por el accidente que sufrió y el Papá Pitufo ocupa su lugar. Papá Pitufo está dando un discurso en una comunidad. Un asistente lo interpela; le reclama que las propias fuerzas de autodefensa están entrando a las casas, violando la tranquilidad de las familias, le dice que ellos son usurpadores y que no son las autodefensas, sino las instituciones, las que deberían de resolver el problema.
Pienso que mi generación, que vio la alternancia política, nunca verá un nuevo sistema de seguridad ni de impartición de justicia. En fin, que esta película, que ahora se exhibe comercialmente, hay que ir a verla.

(GUILLERMO OSORNO)