UN ATAQUE DE FAMA

Durante la semana, un actor que insistía en no ser ya famoso quiso demostrar que eso, la fama, era tan veleidosa como el escándalo.

Como Troy MCClure -aquel personaje de clase B de Los Simpsons que desapareció tras la muerte de Phil Hartman, su actor de doblaje-, a Shia LaBeouf lo recordamos como mascota de Optimus Prime y faldero erótico de Megan Fox en Transformers, y como el hijo bastardo de Harrison Ford en Indiana Jones y el retorno desafortunado -o como se llamara-. Pero hay otros que tienen un recuerdo más oscuro.

Luego del éxito comercial de sus películas, el actor comenzó con un comportamiento errático, el mismo que tienen los famosos cuando se les van las cabras al monte -sea un actor, un músico en las calles de la Condesa, un pintor o un político que se convierte en precioso-.

LaBeouf plagió frases y atuendos de actores, intelectuales y cantantes, convirtió las calles en el campo de privilegio para sus escándalos y, de plano, acusó a asistentes de una instalación artística donde él era la pieza principal de haberlo violado.

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Sí, violado. El actor aseguró que, debido a que no debía moverse dentro de la instalación -creación de los artistas Luke Turner y Nastja Säde Rönkkö-, una mujer entró al cuarto donde se encontraba para desvestirlo y abusar sexualmente de él.

Esta semana, este personaje decidió violar a las niñas de sus ojos con un cargamento pesado de todas sus películas.

En un cine de la calle West Hollywood en Manhattan, Shia se olvidó de los insultos y pleitos y decidió usar una butaca incómoda para ver 72 de él mismo en celuloide… o lo que sea actualmente #allmymovies o el chorro de películas -ustedes decidan- era la apuesta con la que la invitación era ver, de la más reciente a la más antigua, todas las películas del histrión. Todo, transmitido vía la red para que la sociedad del voyeur disfrute las caras de hastío del espectador hacia su cara en pantalla grande.

Este ataque de megalomanía seguro tendría otro tipo de resultado si el personaje fuera alguno de nuestros actores. Las divas de los ochenta revisando capítulo a capítulo sus novelas o Thalía en divertimiento con su trilogía de Marías serían el reflejo de su ego pero, también, de nuestra pobreza cultural puesto que, seguro, la actriz no podría ver su trabajo ante el alud de peticiones de autógrafos y fotografías.

El jueves acabó la instalación. Seguro, Shia LaBeouf es hoy más famoso -por razones distintas- y, también, más lejano a la comodidad de Hollywood y su manto protector a la locura.

Tal vez, sea más feliz.