Una perra y varios balazos

Hay que seguir el rastro de sangre, me dijo.

El goteo sobre la banqueta.

 Llegué pasadas las 11 de la noche. Poco tráfico y muy poca iluminación en calle pequeña de la Colonia Nápoles (de esta chilanga capital). Una motocicleta cruzada no me permitía estacionar el carro, y mientras maniobraba apareció una señora, alguna vecina de esas que dominan el trajín y el detalle. Hubo balazos, me dijo, un intento de asalto o de secuestro o algo. Luego se acercó el dueño de la motocicleta, vecino de la zona. Sí, carajo, trataron de asaltar a mi novia, que venía en esa camioneta. “Asaltarla o secuestrarla o no sé.” Pero algo pasó, me explica, “y la perra, una bóxer a la que mi novia adora, la quiso defender o brincó o se puso nerviosa, y hubo disparos.” Le dieron a la bóxer y ahora no la encontramos.

No la encontramos.

Es curioso cómo en situaciones extremas nos aferramos a lo inmediato.

Encontrar a la bóxer.

Hay que seguir el rastro de sangre. El goteo sobre la banqueta. Intenso primero, espaciado y se acaba. La perra no estaba ni bajo los autos, ni en los patios. Y el rastro de sangre se agotó. Pero había que seguir. Recuperar a la perra era retomar algo de normalidad.

Entonces todos nos pusimos a tuitear.

La colonia, @LaNapolesDF, tiene una buena red social, un sistema de retuiteo que hace las labores de megáfono del barrio. En minutos se activaron los caracteres. Las palabras “perra” y “balas”, juntas en una frase, mueven al respetable. Algunos vecinos de calles más lejanas incluso salieron a buscar a la bóxer. Unas horas más tarde, la dueña de la perrita tuiteó que ya la habían encontrado, con un par de balas en el cuerpo, pero todavía a tiempo para ser intervenida.

Vivirá.

Mientras todo esto sucede, hago zoom out y pienso que el episodio retrata bien el desmadre urbano en que vivimos. Calles muy oscuras (dice el delegado de la Benito Juárez, @JorgeRoHe, que ahí para enero… nos ponen luz), asaltos en aumento (o la percepción en aumento), policía insuficiente (que luego llega y no hace o no puede hacer mucho), violencia y miedo, redes sociales del ciberespacio que se activan, ciudadanos anestesiados, espacios arrebatados. Y un poco el desamparo: ¿a quién culpar?, ¿a quién recurrir?

Una perra baleada, desde su mirada infinita, se convierte en símbolo de eso que nos pasa.

¿Tendrá miedo?

No sé.

Se hace el silencio. Acaricio a mi perro. Y pienso que, claro, siempre nos quedará seguir el rastro de la sangre.

El nuevo camino que conduce a Oz.

(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)